MI PRUEBA ÁCIDA
Por Marc Lewis
En la mayor parte de mis 18 a 30 años, traté de reprogramar
mi cerebro mediante ingerir cuanta droga cayese en mis manos. Lo cual
probablemente ayuda a explicar por qué me volví un neurocientífico, estudiando
los cambios cerebrales suscitados por las drogas y su adicción.
Mis aventuras con la ingesta de drogas comenzaron a finales
de la década de 1960, cuando el mundo parecía estar abierto de par en par,
esperando para revelar sus maravillas. Acababa de llegar a Berkeley,
California, y mis nuevos amigos y yo fuimos hechizados con el potencial del LSD
(dietilamida de ácido lisérgico) para expandir la mente.
Despegue: Mi
primer viaje con ácido fue maravilloso y aterrador a la par. Estaba en el
apartamento de un amigo, en medio de una chusma variopinta de hippies, y tragué
una pequeña píldora morada durante un prolongado juego de Monopoly. Unos 45
minutos después, el cuarto empezó a desintegrarse. Tuve que dejar de jugar; ya
no podía leer los números en los dados. Los dados, las paredes enyesadas, las
voces parloteando, el vello facial de mis compatriotas, cada gestalt perceptual se separó en los
detalles que la integraban, moviéndose, cambiando, arremolinándose,
arreglándose por sí mismos en patrones de belleza geométrica o fealdad turgente.
Mis sentidos y pensamientos estaban fuera de control, y el mundo corría a toda
prisa y sin cesar.
Así que esto era lo que querían decir con "es mejor
vivir a través de la química". El LSD funciona en el cerebro al bloquear
los receptores de serotonina. El papel de la serotonina es reducir el ritmo de
disparo de las neuronas que se excitan de más a causa del volumen o la
intensidad de la información entrante. La serotonina filtra el ruido
indeseable, y los cerebros normales dependen de ello. Entonces, al bloquear la
serotonina, el LSD permite que la información fluya a través del cerebro sin
restricciones. Abre en pleno las compuertas —lo que el autor Aldous Huxley
llamó las "Puertas de la Percepción"—, y así fue como se sintió la
primera vez que lo tomé.
Astronauta interno:
El LSD fue inventado por el científico suizo Albert Hofmann en la década de
1930, pero sus propiedades psicodélicas no fueron evidentes hasta que él lo
probó en sí mismo, en 1943, y pensó que estaba volviéndose loco. Investigadores
psiquiátricos probaron a tratar desórdenes que iban desde la esquizofrenia
hasta el alcoholismo con LSD. La CÍA y los militares estadounidenses se unieron
a la escena en las décadas de 1950 y 1960, con la esperanza de manipular a tos
de arcoíris, o me lanzaba al surfeo de mi propia cognición conforme aumentaba
en profundidad. Quería quitarme mi blindaje mental y permitir que la realidad
entrase. Y no me rendí por varios años, hasta que el ácido finalmente se volvió
una rutina, y me vi arrastrado hacia aventuras más oscuras con drogas adictivas,
la heroína entre ellas.
Cambio gravitacional:
Es interesante señalar que la serotonina una vez más es el blanco de una
invasión química a nivel cultural, excepto que las drogas de serotonina que hoy
favorecemos cambian la experiencia humana a la dirección opuesta del LSD. Los
ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) como laparoxetina
(Paxil) y la fluoxetina (Prozac) son las píldoras más recetadas en EE UU,
usadas para tratar la depresión, la ansiedad, el trastorno por estrés postraumático,
el desorden obsesivo-compulsivo y las sensaciones indefinidas de asco. En vez
de deshacerse de la serotonina, estas drogas bloquean el proceso de reabsorción
para que la serotonina siga acumulándose en la sinapsis. El resultado: un manto
extragrueso de serotonina que filtra las intrusiones de la angustia y la
ansiedad, haciendo más seguros nuestros mundos internos. En vez del enciéndete,
sintonízate y retírate, nos ayudan a apagarnos, desintonizarnos y seguir
adelante, hacia una zona de seguridad solipsista, protegida de demasiada
realidad.
¿Qué nos dicen estas nuevas drogas de cómo percibimos
nuestro mundo y de nuestra cultura? Aparentemente, ahora no es tiempo de una
exploración exuberante sino un tiempo de resguardarse y jugar a la segura. En
vez de permitir que el mundo entre, con todas sus incertidumbres, tratamos de
mantenerlo afuera. Y una barricada de serotonina lo hace posible.
Las drogas que creamos, las drogas que tomamos, las drogas
de las que abusamos, ofrecen un antídoto idealizado a las ansias de nuestros
tiempos. El LSD nació de nuestra ansia de libertad. Los ISRS reflejan la
necesidad de seguridad. Como lo descubrí en mis propias exploraciones del
espacio interior, las remodelaciones moleculares nunca resuelven del todo el
problema; pero pueden mostrarnos dónde estamos y dónde hemos estado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario