“Abraza fuerte al bebé”
Bajar nueve pisos a
toda velocidad con un recién nacido.
Por Abby Haglage
Newsweek, 11 de
noviembre del 2012, 16p.
Fue la pesadilla de
cualquier enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales. Un
huracán, un sótano inundado, un generador averiado además, y de manera aterradora,
19 bebés gravemente enfermos en un hospital sin electricidad. En una imagen de
humildad sobre la evacuación en el Centro Médico de Langone de la Universidad de Nueva York -ahora ubicuo- un equipo de
profesionales médicos empuja rápidamente una camilla amarilla con una enfermera
y un pequeño bebé hacia una ambulancia. Entre el pánico inimaginable que la
rodea, Margot Condon -sujetando al niño- es la imagen misma de la calma.
“Tranquila”. Es así como Condon, una
veterana de 36 años de la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales (NICU, por
sus siglas en inglés) de la Universidad de Nueva York, recuerda haberse
sentido. Cuando el huracán Sandy golpeó
la ciudad de Nueva York, llenando el sótano de Langone con cientos de galones
de agua, los generadores fallaron y, con ellos, la energía eléctrica. Mientras
se difundían noticias de una evacuación inminente, Condon y su equipo de
enfermeras de la NICU hicieron causa común. "Sólo hicimos lo que siempre
hacemos -lo que hacen las enfermeras-, cuidamos a los bebés. Los mantenemos seguros".
Mientras estudiantes de
medicina de toda la ciudad entraban corriendo con linternas para iluminar la
oscuridad, Condon dice que el sentimiento de determinación, de que estaban
haciendo algo mucho más grande que ellos mismos, podía sentirse en el aire.
"Todo el mundo se centró en mantener seguros a los bebés, en sacarlos de
una forma tranquila -la intención positiva era tan fuerte", dice.
"Simplemente... nos dejamos llevar."
Todo el sentido del
tiempo desapareció mientras las enfermeras preparaban a los diminutos bebés
para enfrentar prematuramente otro elemento -esta vez, el viento y la fuerte
lluvia del mundo exterior. Una palmada en el hombro, "Estamos listos para
salir, Margot... Es hora de irnos", y no hubo vuelta atrás. Salvo por las
linternas de los voluntarios, el pozo de la escalera estaba totalmente oscuro.
Seis médicos y enfermeras hacían malabares con el equipo de soporte vital del
bebé (tubo de respiración, tubo de alimentación, línea central, línea
intravenosa y monitor cardíaco). "No podía respirar por sí mismo. Teníamos
que ayudarle a hacerlo", explica Condon. "Quizás estaba asustada en
cierto nivel, pero no lo sentía", dijo. "Fue algo hermoso -todos
ayudándose unos a otros. Yo estaba tranquila". "Mantente tranquila,
abraza fuerte al bebé, observa sus signos vitales, asegúrate de que el tubo de
respiración esté conectado, observa la línea intravenosa", se dijo a si misma en voz baja durante su descenso por
los nueve oscuros pisos sujetando al bebé de dos libras de peso -demasiado
pequeño para tener un nombre- que había nacido apenas ocho horas antes.
"Se convirtió en un mantra que repetí una y otra vez, dice. "Un paso
a la vez... un paso a la vez".
Después de acompañar al
bebé al Hospital de Mount Sinai, Condon llegó a casa, a un departamento sin
luz, con un marido orgulloso y una copa de whisky. ¿A las 6 a.m.? "Por
supuesto", dijo.
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