La niña
Angie Heredia cruza las quebradas abiertas en la vía a Penipe para ir a la
escuela.
Foto de Raúl Díaz para EL COMERCIO
Por Fabián Maisanche. Redactor
La reciente reactivación del coloso, el pasado 14 de
diciembre, les inquieta, pero confiados avanzan lentamente con sus mochilas
colgadas en la espalda. Ellos pertenecen a la Escuela Zamora, situada a cinco
minutos de la cabecera parroquial. A las 07:00, arriban desde los reasentamientos
La Paz en el cantón Pelileo y de Penipe, en Chimborazo.
Ambos albergues
permanentes fueron construidos en el 2008 para cobijar a 590 familias de
agricultores de las comunas Chacauco, Bilbao, Cusúa, Puela, Manzano y otras.
Todas con el mismo infortunio: las reactivaciones periódicas del Tungurahua, en
erupción desde 1999.
Los chicos llegan dentro de dos camiones de la Brigada
Blindada Galápagos y de la Policía. Los vehículos se paran en el centro del
pueblo y desde allí los infantes deben caminar hacia su escuela.
Para llegar a
las cuatro aulas, con paredes amarillas, deben ascender y descender por
sinuosos chaquiñanes de las quebradas Bilbao y Pirámide, ubicadas en el límite
provincial entre Tungurahua y Chimborazo.
Entre ellas están las niñas Heidi y
Angie Heredia, que durmieron la noche del jueves pasado en el cantón Penipe con
sus padres. A las 07:10 caminan juntas y solo se detienen para observar la
cumbre del coloso cuando escuchan las explosiones. Pero la densa neblina
esconde la ceniza y los flujos piroclásticos. Heidi, de 9 años, comenta que los
militares los recogen en la mañana en los reasentamientos y los devuelven a las
18:00.
Angie, de 7 años, no se detiene y acelera el paso. Un fuerte estruendo
hace vibrar el suelo y ocurren pequeños deslaves. Todas las familias que ahora
residen en los reasentamientos conservan sus chacras en los poblados declarados
en alerta naranja el domingo 16 de este mes por la Secretaría Nacional de
Gestión de Riesgos (SNGR).
En la chacra de sus padres tienen cuatro conejos,
patos, gallinas y una vaca. Además, sembradíos de maíz y de papas.
Los
profesores Flavio Pérez y Ruth Tamayo, oriundos del cantón Baños de Agua Santa
en Tungurahua, los aguardan dentro de una camioneta de color rojo.
Pérez, de 55
años, comenta que el pasado martes tuvieron que aplicar el plan de evacuación
porque ese día hubo continuos flujos piroclásticos que rodaron tres kilómetros
desde el cráter. Por eso, ambos maestros y los alumnos se movilizaron desde la
escuela hacia la comunidad Chacauco.
Este docente, de cabellera cana y
contextura gruesa, dice conocer cuando las señales del coloso le indicarán que
debe evacuar la escuela. “Son 13 años que continúo con mi vocación. Le tengo
respeto a la naturaleza y sabré la hora para salir de aquí”.
Mientras los niños
de los tres primeros años de educación básica barren y limpian el pizarrón.
Otros arruman las bancas, las mesas de madera y de metal en una esquina. El
polvo volcánico se levanta, pero los chicos no tienen protección. “Los padres
no los envían con la mascarilla”.
Otras actividades
En la chacra de la escuela
los alumnos sembraron coles, lechugas y Los niños las cuidan y las riegan, pues
les sirven para la cebollas.
colación de 10:00 a 11:00. Sin embargo,
la ceniza que cayó el viernes anterior causó daños en el cultivo.
A las 07:30
los niños se forman en el patio de tierra antes de ingresar En los últimos
días, los ‘cañonazos’ del volcán a las aulas. Tungurahua los han acompañado en sus labores
estudiantiles cotidianas.
Ruth Tamayo, de 25 años, es profesora a contrato y
lleva dos meses en “El 14 de diciembre
salí corriendo porque parecía que el volcán Bilbao. explotaba. Los niños se quedaron quietos y
me observaron extrañados”, dice sonriendo.
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