Tiene cinco dientes y unos ojos negros muy vivos que
lo escudriñan todo. Sus rescatadores le llamaron Princesa. Pero ahora se sabe
que su nombre real es Fátima. Es la bebé de once meses que cruzó desde Tánger el estrecho de
Gibraltar, el pasado martes 12 de agosto del 2014, a bordo de una lancha de
juguete junto a otras ocho personas (entre ellas otras dos bebés y dos mujeres
embarazadas). Pero entre los pasajeros no estaban sus padres.
Tras la repercusión de su caso —las televisiones la
han convertido en la cara de esta crisis— las fuerzas de seguridad ya han
podido ponerse en contacto con sus padres y ahora tratan de facilitar el
reencuentro y acercarla a su madre. Sus acompañantes en la lancha, únicos
testigos de lo que sucedió la madrugada del lunes antes de hacerse a la mar en
esa playa de Marruecos, aseguran que no fue abandonada sino que sus
progenitores no pudieron zarpar en medio de una trifulca a base de pedradas con
la gendarmería de Tánger.
Desde que fue recogida en alta mar por los Servicios de Salvamento, lo que le
sobran a Fátima son padrinos. En la asamblea de la Cruz Roja en Tarifa los dos
primeros biberones se los proporcionó María Ángeles que la acunó en su regazo
después de una larga siesta de seis horas. Y ese mismo martes pasó la noche en
casa de otra voluntaria de la ONG que pide no ser identificada. Jugó hasta
cansarse con los dos hijos de ésta antes de caer rendida. A la mañana del
miércoles, bien temprano, sus pequeños amigos lloraron al verla marchar de
nuevo camino de la sede de la Cruz Roja en Tarifa. Allí la esperaban tres
agentes de la policía autonómica. Sin sirenas ni uniformes. Los tres vestidos
de paisano con un coche camuflado para evitar asustarla y ponerla a disposición
de la Junta de Andalucía.
La despedida de sus ángeles de la guarda en la península
hizo saltar sus primeras lágrimas. De Tarifa, viajó al cuidado de los policías
hacia un centro de acogida de la Junta en La Línea de la Concepción. Llegó a
las once y volvió a adaptarse sin rechistar, como viene haciendo desde el
martes al pasar de mano en mano.
A las cuatro de la tarde del miércoles estaba ya a
cargo de una familia de acogida andaluza, de la que no se facilitan datos para preservar
su intimidad. Ya no quedan rastros de los 38,5ºC de fiebre con que salió
temblorosa y empapada de la lancha de Sasemar. En su nuevo hogar, esperará a
reencontrarse con su familia de siempre. Las ONG dan por hecho que debe ser su
madre la que venga a buscarla. El Gobierno andaluz asegura que la
decisión de buscar una familia de acogida provisional obedece a preservar el
bienestar de la pequeña.
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