Sira es una niña sana y feliz que vive en un pueblo de
Cantabria (España) y que, al nacer, pesó 1.835 gramos no habiendo cumplido ni ocho meses
de gestación.
Sira Moreno Cámara nació el 8 de febrero de 2012,
mediante cesárea, en el Hospital General de Castellón, en la Comunidad
Valenciana, donde su madre, Alejandra, había ingresado de urgencia porque tenía
la tensión demasiado alta y eso estaba provocando sufrimiento fetal. La culpa la
tuvo el lupus que le habían diagnosticado en el 2007 y que convirtió su embarazo en una experiencia
de alto riesgo. Aún así, Alejandra siguió adelante y, entre grandes
dificultades, Sira llegó al mundo, aunque pudo ver poco de él porque fue
introducida inmediatamente en una incubadora en la que vivió sus ocho primeros
días de vida.
Sobrevivió gracias a cuidados médicos que la hicieron
engordar hasta los 2.200 gramos que pesaba al salir del hospital, dos semanas
después. Quizá su supervivencia y la de su madre fueron posibles porque viven
en España, el décimo país en el mundo con la tasa más baja de mortalidad infantil (3,37 por
cada 1.000 nacidos vivos) y el décimo segundo en el caso de mortalidad materna
(seis mujeres por cada 100.000 nacidos vivos), según datos del 2012.
Luego de dos años, es una niña sana y vivaracha que se
sorprende con todo lo que descubre a su alrededor. De nariz diminuta, enormes
ojos marrones y labios de fresa, hoy tiene un peso y una estatura normales para
su edad. “Al principio no tenía ni fuerzas para succionar el biberón y había
que alimentarla con una sonda”, cuenta su madre. Pero desde que salió del
hospital comenzó a engordar y ya no paró. “A los ocho meses parecía un bollo”,
ríe Alejandra mientras enseña una de sus fotos. Se alimentó desde el primer día
con biberones porque su mamá no podía darle el pecho debido a la medicación que
toma para su enfermedad. Un bote de leche preparada para prematuros, que Sira
tomó durante los dos primeros meses, cuesta 30 euros y dura unas dos semanas. El
resto del año, Alejandra calcula que pagó unos 800 euros por leches de
continuación y papillas varias.
Inquieta y parlanchina, Sira enseña sus juguetes sin
timidez: su armario para colgar los chupetes, sus joyas de princesa, su oveja
con ruedas, el unicornio balancín o el “quejo” (conejo) de peluche sin el que
no puede dormir. Salta sobre su mullida cama haciendo que sus finas trenzas
negras revoloteen alrededor de su cabeza. Parece despreocupada, tiene sus
necesidades cubiertas y recibe toda la atención de sus padres, como hija única
que es. Y lo seguirá siendo, pues Alejandra y Yovani entienden que otro
embarazo sería muy peligroso.
Pese a que nació tan frágil, salvo algún catarro, nunca se
ha enfermado y ha acudido a todas las revisiones médicas que le tocaban. “Miran
su peso, su estatura y si hace todo lo que tiene que hacer a esa edad: a los
tres meses miran si sabe coger objetos, a los 12 si ya camina…”, relata
Alejandra. Salvo una, tiene puestas todas las vacunas del Calendario de Sanidad, que son gratuitas en Cantabria a excepción de dos: la del rotavirus y
la de la meningitis. “La primera es a los nueve meses y no se la puse porque
sirve para prevenir vómitos y diarrea y, como no iba a ir a la guardería, no la
vi necesaria”, explica Alejandra. La segunda, pese a que vale 96 euros, sí se
la puse, porque me da mucho miedo esa enfermedad”.
La alimentación de la niña es completamente normal; come
de todo, aunque le gusta más lo salado. “No es mala comedora, prueba todo pero no
mucha cantidad, y yo tampoco la obligo porque no quiero que la hora de la
comida se convierta en un trauma”, dice su madre. Su manjar favorito son los
macarrones con tomate, pero también le gustan mucho otros platos: “Alubias,
lentejas… no le hace ascos a nada de eso”, dice Alejandra.
Sira y sus padres, Alejandra y Yovani, viven en un piso a 10
minutos caminando del centro histórico de Santillana del Mar (Cantabria), un
pintoresco pueblo declarado Conjunto de Interés Histórico-Artístico repleto de
abigarradas casas de piedra embellecidas con maderas nobles, flores en los
balcones y rodeada de colinas, bosques y vacas. La vida no es fácil para esta
familia: él, obrero, lleva más de dos años en paro y está a punto de terminar
de cobrar la ayuda familiar para desempleados de 426 euros. Ella, enfermera sin
plaza fija, realiza sustituciones de manera esporádica y cobra una pensión de
200 euros al mes por la discapacidad del 69% que le ha acarreado el lupus.
Pese a todo, se encuentran mucho más a gusto que en la
ciudad de Alejandra, Castellón, pues creen que Sira crecerá mucho mejor en el
campo.
Es domingo por la tarde y Sira debe acostarse pronto para ir
a la escuela al día siguiente. Cena sopa de fideos, después su padre le da un
baño y, como última tarea, se afana en hacer pis en su sofisticado orinal. Ya
le han quitado los pañales, pero está en esa etapa en la que hay que andar muy
pendiente de ella. Después, se acurruca en el sofá con su pepe y su "quejo" y va
quedándose dormida, muy despacio, mientras sus padres cenan en la mesa
contigua. Hasta este año, ha estado siempre en casa, con su padre o con su
madre. No ha tenido niñeras ni ha ido a guarderías. “No ha hecho falta,
nosotros nos podemos ocupar y, si alguna vez hemos necesitado ayuda, su abuela
paterna vive cerca y se ha quedado con ella”, cuenta Alejandra. Este es el
primer año de la niña en el colegio público Portus Blendium, en la vecina
localidad de Suances, a ocho kilómetros de su casa. “Lo elegimos siguiendo las
recomendaciones de otros padres; tenemos amigos con hijos de la misma edad en
este y en el de Santillana y los que van al de Sira están más adelantados que
los otros”, explica Yovani. “Aprende lenguaje, música, psicomotricidad… ¡Y solo
tiene dos años! Me parece que tienen un programa muy completo”, coincide
Alejandra. Pese a que está en otra localidad, tardan 10 minutos en coche, y no
les cuesta llevarla.
Yovani y Alejandra tienen claro que, para Sira, el
equivalente a un buen porvenir es darle la mejor educación que esté en su mano.
Aunque todavía es muy pequeña, Alejandra querría que estudiase pero, sobre todo, que
sea una mujer autónoma y aprenda a ganarse la vida. “En realidad me da igual si
estudia o no, y si va a la universidad o no, pero que nunca tenga que depender
de nadie y, sobre todo, que haga lo que le guste”.
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