Por Manual Ansede Vázquez.
Dos análisis muestran que el secretismo y la chapucería
ralentizan el desarrollo de fármacos.
Más de la mitad de las investigaciones no revela sus fuentes
de financiación.
“Reaccionamos demasiado tarde al secretismo de las
farmacéuticas”
Sin quererlo, el poeta romano Juvenal dejó en su obra una
frase que ha sobrevivido casi 2.000 años después de su muerte: Quis custodiet
ipsos custodes? (¿Quién vigila a los vigilantes?). En la ciencia, ese papel de
investigador de los investigadores lo ejecuta con mano de hierro el
epidemiólogo de origen griego John Ioannidis.
En un primer latigazo, Ioannidis mostró en 2005 que, con las
defectuosas prácticas de los laboratorios de la época, era más probable que las
afirmaciones de los estudios científicos fueran falsas que ciertas. Hoy,
Ioannidis, codirector del Centro de Innovación en Metainvestigación de la
Universidad de Stanford (EE UU), vuelve a desnudar al sistema científico
actual. Su equipo ha analizado 441 estudios de biomedicina seleccionados al azar
entre los publicados entre 2000 y 2014. Ninguno de ellos incluía sus datos en
bruto, solo uno revelaba el protocolo seguido, más de la mitad proclamaban de
manera dudosa nuevos descubrimientos y la mayoría no mencionaba sus fuentes de
financiación ni sus conflictos de intereses con farmacéuticas u otras
instituciones.
“Nuestra evaluación empírica muestra que la literatura
biomédica publicada adolece de una falta de transparencia de grandes
dimensiones”, denuncian los autores en su trabajo, que se publica hoy en la
revista especializada PLOS Biology. El 52% de los estudios analizados no
revelaba de dónde salía el dinero para investigar. Y solo un 6% de los
artículos incluía una declaración de conflictos de interés, una cifra que
“probablemente es una subestimación” de la realidad, según el equipo de
Ioannidis.
El secretismo y la chapucería destapados por Ioannidis
tienen un precio muy caro para la sociedad, como ya criticó el médico británico
Iain Chalmers, uno de los fundadores de la red Cochrane. Esta organización sin
ánimo de lucro agrupa a más de 37.000 investigadores de 130 países para elaborar
información sanitaria creíble y libre de patrocinios comerciales. En 2009,
Chalmers alertó de que la exageración de los resultados en investigaciones con
animales, la elaboración de estudios innecesarios y la imposibilidad de
reproducir algunos trabajos por falta de información podrían provocar pérdidas
de hasta el 85% de la inversión en investigación biomédica. En 2009, esa
inversión total alcanzó los 100.000 millones de dólares en todo el mundo.
En 2015, otro equipo señaló que más del 50% de los resultados
de las investigaciones preclínicas, en animales, eran irreproducibles. Es
decir, alguien publica que ha frenado el cáncer de pulmón en ratones con una
molécula, por ejemplo, pero luego ningún investigador es capaz de lograr los
mismos resultados con el mismo método. El grupo de científicos, liderado por el
economista Timothy Simcoe, de la Universidad de Boston, calculó que esta
irrepetibilidad costaba cada año 28.000 millones de dólares, solo en EE UU.
“Como era de esperar, el descubrimiento de nuevos fármacos se ha ralentizado y
sus costes han aumentado, ya que las investigaciones preclínicas en animales
raramente se consiguen reproducir en ensayos clínicos [en humanos]”, critica en
su editorial de hoy la revista PLOS Biology.
En otro trabajo paralelo, publicado hoy en la misma revista,
otro equipo de investigadores ha analizado cientos de estudios sobre el cáncer
y el derrame cerebral. El grupo, liderado por Ulrich Dirnagl, del hospital
universitario Charité, en Berlín, ha detectado que la inmensa mayoría no
especifica el número de animales utilizados, ni cuántos murieron durante el
estudio, algo que sería inimaginable en ensayos clínicos con humanos y que pone
en duda los resultados de los laboratorios.
“Esta es una prueba más del enorme abismo entre nuestra
imagen pública como científicos y la desagradable realidad”, opina Ben
Goldacre, del Centro para la Medicina Basada en la Evidencia de la Universidad
de Oxford. Goldacre, ajeno a los dos nuevos estudios, subraya que “la ciencia
es precisión” y los científicos deben ser “exquisitos” en sus métodos. “Esto no
sucederá por arte de magia o esperando a que pase. Se requieren acciones
urgentes. Necesitamos donantes e instituciones que recompensen —económicamente
y con promociones— a aquellos investigadores que sean completamente transparentes
en su trabajo”, propone.
El investigador John Ioannidis admite que la detectada falta
de información sobre las fuentes de financiación podría deberse a que una gran
parte de la investigación se hace, de hecho, sin dinero adicional, “pero
también podría significar que algunos estudios no revelan sus fuentes de
financiación”, algo previsible en un sector entreverado con la industria
farmacéutica. “En cuanto a los conflictos de intereses, es posible que muchos
estudios no los tengan, pero es más probable que muchos de los estudios que no
los mencionan en realidad tengan algunos conflictos potenciales, pero no se
informe de ellos”, apunta.
Consciente de las repercusiones
de su trabajo, Ioannidis hace un llamamiento a “confiar en la ciencia más que
en los negacionistas de la ciencia o en otras fuentes de información no
científicas”. Para el investigador de Stanford, “la buena investigación debería
intentar mejorarse a sí misma constantemente”, con la presión de los ciudadanos
informados de las incertidumbres inherentes a la ciencia. “Esperemos que
nuestros datos supongan un incentivo para mejorar la transparencia, la
reproducibilidad y la exactitud de los resultados que obtenemos de la
investigación científica”.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/01/04/ciencia/1451931165_238355.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario