Por Esther Samper
Todos somos pacientes en potencia. En varios momentos de
nuestras vidas, las enfermedades aparecen y nos recuerdan el valor y la
fragilidad de la salud y de la vida. Independientemente de nuestra etnia,
educación, estatus económico o trabajo, nos enfrentaremos tanto a enfermedades
leves y pasajeras como a enfermedades graves y/o incurables. La pérdida de la
salud termina ocurriendo a todos, incluidos aquellos cuya profesión consiste en
lidiar con ella cada día: los médicos.
Acostumbrados a ver y a tratar la enfermedad en otros y no en
ellos mismos, cuando las cosas cambian y pasan al otro lado de la consulta,
estos peculiares pacientes suelen encarar la enfermedad de forma diferente.
Paradójicamente, durante sus exigentes carreras médicas, les han enseñado a
reconocer y tratar innumerables enfermedades, pero nunca a estar enfermos. Este
fenómeno del médico como paciente no ha pasado precisamente desapercibido, que
ha sido recogido en libros, reportajes de periódicos y televisiones e incluso
en múltiples estudios científicos.
El psiquiatra Robert Klitzman, afectado por depresión tras la
muerte de su hermana en las Torres Gemelas el 11S, rompió el silencio como
médico enfermo en un libro titulado "Cuando los doctores se convierten en
pacientes". A su vez, entrevistó a 70 médicos y médicas que habían estado
a ambos lados de la consulta. Ponerse en la piel de los pacientes reforzó la
empatía que los doctores sentían por sus propios pacientes. Además, sus
experiencias les ayudaron a darse cuenta de muchos fallos del sistema sanitario
y detalles de la enfermedad que ignoraban o no valoraban adecuadamente antes de
convertirse en pacientes. Así, como el resto de los mortales, se enfrentaron a
las listas de espera, a los errores en la medicación o a la delicada
interacción con sus médicos para comentar las buenas o malas noticias.
Emociones y porcentajes
Por ejemplo, un cirujano fue consciente, por primera vez tras
30 años de ejercicio profesional, de la gran diferencia en el impacto emocional
que supone decir antes de una cirugía: “Hay un 5% de posibilidades de que
muera" o "Hay un 95% de probabilidades de que vaya bien". Otro
médico, tras su experiencia como paciente, siempre atendía a los suyos desde
entonces con un "Siento haberle hecho esperar". La percepción del
dolor de los pacientes también cambió para los médicos afectados por una
enfermedad donde este síntoma estaba también presente. Aunque habían escuchado
muchas veces antes las explicaciones de sus pacientes sobre el dolor que
padecían, no fue hasta que lo sufrieron ellos mismos cuando pudieron realmente
comprender por lo que estaban pasando.
A pesar de estos relatos positivos, lo cierto es que diversos
estudios reflejan que los médicos se resisten a verse a sí mismos como
pacientes y a pedir ayuda. Sí, en otras palabras, los médicos tienden a ser
malos pacientes. La sutil atmósfera de invulnerabilidad flota en el ambiente
sanitario, como si no fuera posible que ellos mismos pudieran enfermar. De
hecho, es un estigma para algunos de ellos que llegan a comparar el miedo a
reconocer su enfermedad con el miedo a "salir del armario".
Lo anterior es especialmente cierto cuando sufren trastornos
mentales tales como la depresión, la ansiedad y la adición. Paradójicamente,
estos problemas de salud son mucho más frecuentes entre los médicos que entre
la población general. De hecho, entre el 10-20 % de los médicos sufre depresión
en algún momento de sus carreras y su riesgo de suicidio es considerablemente
superior a la población general (250% mayor en médicas y 70% mayor en médicos).
Sin embargo, reconocer que se padece alguno de estos trastornos es visto como
una señal de debilidad que muchos no están dispuestos a asumir hasta que es
demasiado tarde. En parte porque al reconocer dichos problemas de salud pueden
enfrentarse a consecuencias tales como la prohibición del ejercicio de la
medicina o la retirada de la licencia médica, según el país. Por otra parte,
algunos médicos se sienten incómodos por tener colegas de profesión como
pacientes y conocer detalles médicos íntimos de éstos puede dificultar la
relación profesional entre ambos.
Falsa sensación de
control
Con frecuencia, los médicos suelen convencerse a sí mismos de
que tienen sus síntomas bajo control o los subestiman, hasta que no pueden
ocultarlo más. Especialmente dramático fue el caso de la psiquiatra londinense
Daksha Emson. Padecía un trastorno bipolar que ocultó a sus colegas por miedo
al estigma. Se encontraba en medio de una brillante carrera y le aterrorizaba
las consecuencias que tendrían para ella si se descubría su enfermedad. Debido
a ello, todo lo que hizo fue hacer consultas rápidas a ciertos compañeros en
los pasillos del hospital.
Cuando Daksha dejó su medicación tras el nacimiento de su
hija, sus delirios violentos y su obsesión con los espíritus malignos se
desataron. En el año 2000, mató a su hija tras múltiples puñaladas "para
protegerla del demonio" y, posteriormente, se prendió fuego a ella misma y
a su hija. Daksha murió tres semanas más tarde en la unidad de quemados. El
sistema de salud británico (NHS) fue acusado de cómplice por negligencia en
este caso. Entre las recomendaciones para evitar que más sanitarios se vieran
en esta situación, se propuso un código de conducta para combatir el estigma de
los trastornos mentales entre el personal del NHS.
Otra de las grandes diferencias entre los médicos y la
población general es cómo se enfrentan los primeros al final de la vida o cómo
se planifican ante la enfermedad. Por un lado, son más proclives a realizar la
declaración de voluntades anticipadas (testamento vital), documento por el cual
se deciden las estrategias terapéuticas o la donación de órganos en caso de no
poder comunicar su voluntad. Por otro lado, como se explica en el célebre
artículo del Dr. Murray "Cómo mueren los médicos", los doctores
conocen mucho mejor la futilidad de los tratamientos médicos en las
enfermedades terminales y, como consecuencia, rechazan más a menudo estos
tratamientos.
Por ejemplo, en un estudio publicado en la revista JAMA, se
observó que era menos probable que los médicos murieran en el hospital,
comparado con la población general, y durante los seis últimos meses de vida
era menos probable que se les realizasen cirugías o que se les ingresara en la
UCI. Ironías de la vida, cuando el fin de la vida se acerca, los médicos son
uno de los colectivos de personas que más quieren alejarse voluntariamente de
la medicina.
FUENTES:
Que interesante este artículo yo diría que no solo los medicos sufren trastornos y enfermedades sino todo el personal de salud y que si existe discriminación cuando las padecen los equipos salud ocupacional no funcionan,no les importa el ser humano sino solo el trabajo q realizan.
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