Despedida.
Por Plutarco Naranjo Vargas (Ambato, 18 de junio de 1921 –
Quito, 27 de abril del 2012)
Por casi setenta años he escrito
una columna semanal para diarios del Ecuador y otros países. Muchos y diversos
temas me he permitido tratar, pero me place en especial haber dado preminencia
a aquellos relacionados con las ciencias, tanto de la naturaleza como las
ciencias humanas. Ciertamente, he intentado despertar curiosidad y acaso
asombro entre mis lectores, curiosidad y asombro que yo mismo he experimentado
al enterarme de descubrimientos y avances científicos. Gracias a ellos, el
siglo pasado y este son, en la historia humana, los periodos de mayor y más
esclarecida penetración en la realidad fenoménica del mundo. Que personas,
sociedades, o países se queden rezagados o peor aún, al margen de aquello, es a
la vez trágico y peligroso. Al menos, albergo esperanzas de haber entusiasmado
a los lectores en estos temas, que he buscado tratar con amenidad no exenta de
rigor. Pero también han sido asuntos de mi predilección la salud, la educación,
la alimentación, nuestra maravillosa flora, los riquísimos mitos de nuestros
aborígenes, nuestra historia y sus enseñanzas, así como otros tópicos sobre
Ecuador y Latinoamérica. Igualmente, he buscado expresar mi entusiasmo ante las
bellas o lúcidas creaciones de nuestros escritores, cronistas, investigadores y
más hombres y mujeres dedicados, con fervor, a las tareas del intelecto. Como
podrá juzgarse, he enfocado mi labor en periodismo desde una perspectiva poco
cultivada entre nosotros. Ante la superabundancia de comentarios sobre
política, divertimentos, deportes, crónica roja y similares, yo he deseado
insistir con algo más difícil, más instructivo, a riesgo de espantar a los
lectores con cifras, datos, estadísticas y más. Empero, ha sido gratísimo que
lectores de aquí y allá (especialmente desde que Internet posibilitó
intercambios mundiales instantáneos) hayan comentado, criticado, estimulado, y
seguido mis publicaciones. He allí un beneficioso servicio de ciencias y
técnicas. También he debido alertar sobre los peligros que estas entrañan en
manos desaprensivas. Ya en 1858, recorriendo las Galápagos, Charles Darwin
anotaba: “Parece que las aves del archipiélago no se han percatado aún de que
el hombre es el más peligroso de los animales...”. Este juicio tan severo
consta en Ecuador en las páginas de ‘Le Tour du Monde’, magnífico libro recién
publicado por el Consejo Nacional de Cultura, libro que reúne relatos de
viajeros que nos visitaron entre 1835 y 1912. En algunos artículos, he aludido
a las intimidantes técnicas y mentiras que hoy posee “el más peligroso de los
animales”. Quizá aquello haya contribuido a alertar a mis lectores y alumnos.
En todo caso, tras décadas de
estos empeños míos, y años de combatir una grave enfermedad, hoy debo
despedirme de mi columna. Lo hago declarando mi profundo agradecimiento a los
diarios que acogieron mis artículos. Algunos de estos, publicados en EL
COMERCIO, formaron parte de mi libro: Saber
alimentarse; otros, aparecidos en EL UNIVERSO, ya son parte de Mitos, tradiciones y plantas alucinantes
libro de próxima aparición bajo auspicios de la Universidad Andina Simón
Bolívar.
A todos ellos y a mis lectores,
debo momentos de enorme alegría.
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