Fotografía por Jessica Hill
La calma de un día de
escuela hecha añicos
Por Andrew Romano
En algún momento cercano
a las nueve, en la mañana del 14 de diciembre, un hombre joven, identificado
por la Policía como Adam Lanza, entró en la escuela primaria Sandy Hook, en
Newtown, Connecticut, agarrando dos pistolas: una Sig Sauer y una Glock. Al
poco rato, 28 personas habían muerto; entre ellas, la madre de Lanza, una
maestra del jardín de niños en la Sandy Hook y 20 alumnos, ninguno de los
cuales había celebrado aún su onceno cumpleaños. En cualquier sociedad
sensata, eventos como este servirían como una sacudida al sistema. En EE UU se
ha vuelto una rutina asquerosa. Estados Unidos ahora puede reivindicar 11 de
los 20 peores tiroteos en masa del último medio siglo; la mitad de la docena de
los tiroteos más fatales en la historia de EE UU han sucedido solo en los últimos
cinco años. En el Tecnológico de Virginia, en Blacksburg, Virginia, 2007, 32
muertos. Binghamton, Nueva York, 2009, 13 muertos. Fort Hood, Texas, 2009,13
muertos. Aurora, Colorado, 2012,12 muertos. Condado de Geneva, Alabama,
2009,10 muertos. Y ahora Sandy Hook, donde un grito, pretendido como una
advertencia, resonó por todo el sistema de altoparlantes; donde estudiantes
aterrorizados se escondieron en armarios, apiñados, llorando, en la esquina
del gimnasio; donde a los niños sobrevivientes se les dijo: "Tómense de
las manos y cierren sus ojos" conforme los llevaban entre los cuerpos de
sus compañeros de juegos.
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