Por Vicente Albornoz Guarderas
Y cuando se mira algunos
indicadores clave, es fácil que la sangre empiece a hervir porque toda esta
gente que se dedicó a vender sueños, a vender la ilusión de un mundo mejor y
más justo, lo único que hizo fue robar esos sueños a los más pobres, a aquellos
que, quizás, eran demasiado pobres hasta para soñar.
Un indicador especialmente
preocupante es la mortalidad infantil, donde el Ecuador ocupa uno de los peores
lugares en todo el continente americano. En realidad, de los países de América
que dan al Océano Pacífico, desde Canadá hasta Chile, pasando por México,
Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Panamá, Colombia y Perú, el
Ecuador tiene el mayor nivel de mortalidad infantil, con la excepción de
Guatemala.
Hace 20 años, Brasil, República
Dominicana, Honduras, Nicaragua y Perú estaban peor que nosotros, pero según
los datos más recientes de Unicef, todos esos países han mejorado mucho más que
el Ecuador y hoy tienen una menor mortalidad infantil que la nuestra. Incluso
un país tan “aproblemado” como
Venezuela está mejor.
Y esa horrible tasa de 17,8
infantes muertos por cada 1.000 nacidos vivos es una vergüenza para el país, para
un país que entre 2007 y 2014 vivió una bonanza petrolera sin precedentes y
cuyo gobierno pudo gastar, en ese mismo período, un total de $271.000 millones
gracias a los buenos precios petroleros, las altas recaudaciones tributarias y
el abundante financiamiento, un gobierno que tuvo tanto dinero (y lo gastó a
manos llenas) no pudo solucionar este tema.
Pero eso sí, ese gobierno llenó de choferes y guardaespaldas a todos sus funcionarios altos y medios, aplanó un terreno enorme para una refinería que no existe, compró varios aviones presidenciales, gastó cientos de millones en una universidad que no puede usar sus edificios porque están mal hechos, construyó muchas carreteras con compañías brasileñas y manejó un lindo discurso de solidaridad y amor a los más débiles. Mientras tanto, los más vulnerables de los vulnerables, se morían. Literalmente.
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