lunes, 30 de agosto de 2021

La India, donde los hombres no aman a las mujeres (Parte II)

 

El doctor Ganesh Rakh visita a Kartiki en su habitación

Por Bernat Parera


El niño que quería ser luchador

Desde la ciudad de Pune, en el estado indio de Maharastra, el médico Ganesh Rakh combate el estigma que es tener una hija en la india, un país que no las quiere y que las elimina sistemáticamente. Desde hace nueve años ofrece partos sin coste a aquellas madres que dan a luz a una niña.

En el hospital, el médico dibuja una circunferencia en un papel. Lo llama el círculo vicioso de las niñas. “En la India cada vez nacen menos chicas, y eso significa que hay menos mujeres para casarse. Los hombres no encuentran pareja y se quedan solteros, esto crea inseguridad para las mujeres y ello, a su vez, disuade a las familias de querer tener hijas”, explica mientras apunta al círculo con el lápiz. “Es un círculo vicioso”.

Hay dos puntos de inflexión en la vida de Ganesh Rakh. Entre ambos pasaron 23 años, ocho meses y cuatro días. El primero, fue la vez en que su padre le llevó a conocer el trabajo duro. Tenía 12 años y soñaba con ser luchador de kushti —una disciplina de lucha india—. Doce horas trabajando de porteador a la estela de su progenitor le hicieron entender que estudiar tenía más futuro. “Cargar grano es la peor experiencia que he tenido en la vida. El calor es insoportable y tienes que trabajar descalzo cargando sacos extremadamente pesados”, recuerda el doctor Rakh. Ese verano, su entumecida espalda le hizo pasar de estudiante mediocre a estudiante modélico.

Del segundo punto de inflexión hace ahora unos 1.700 partos. Partos de niñas, para ser más exactos. Es el día en que su esposa, su padre, su madre, sus dos hermanos y él se sentaron alrededor de una mesa para discutir una idea loca, revolucionaria, la epifanía de Ganesh Rakh: “Quiero que las familias que den a luz a niñas en el hospital no paguen”.

Para el doctor era una decisión meditada, casi natural. Cobrar los partos de las niñas se había convertido en una tarea ardua y desgastante que muchas veces acababa o bien con una llamada a la policía o teniendo que ofrecer descuentos a los padres para amortiguar la decepción de haber engendrado una hija.

Para su familia era una auténtica locura, un disparate. En 2012 el hospital no iba bien, en su cuenta de resultados acumulaba más de 100.000 euros de deuda en sueldos, créditos y maquinaria sin pagar. “La situación era tan mala que no teníamos ni 60 rupias (0,69 euros) para pagarle un corte de pelo a Tanisha”, dice Trupti sobre la hija que tiene con el doctor, y ahonda: “Dije que no. ¿De qué íbamos a vivir?”.

Para entender su reacción, hay que conocer el camino de la familia Rakh, de jornaleros sin tierra a dueños de un hospital. La apuesta del doctor podía enviarlos de vuelta a la pobreza.

Ganesh Rakh vivió hasta los nueve años en Vanjarwadi, un monumento a la nada, un topónimo sin apenas casas donde, año tras año, las pocas familias que ahí sobrevivían cabalgaban sequía tras sequía. Hasta que fue imposible. En los años ochenta, el 90% de la población de Vanjarwadi se vio forzada a emigrar, recuerda el médico. Su familia se mudó a Pune, 150 kilómetros al oeste. Cambiaron unos pocos metros cuadrados de paja y adobe por cuatro metros cuadrados de chapa en un barrio chabolista de la ciudad.

De ahí, el pequeño Ganesh fue subiendo poco a poco por la escalera social con los codos pegados a los libros, hasta que en 2001 se graduó como médico y pudo abrir una pequeña consulta privada donde atender a trabajadores de la construcción con mordeduras de serpiente. Hoy, tres bloques de hormigón y ladrillo de tres pisos unidos por pequeños puentes de metal forman el hospital Medicare de Pune. El hospital del doctor Ganesh Rakh.

Sentado en su despacho, Rakh —voz apacible, rasgos dulces, mirada relajada— desgrana la historia que ha hecho que hoy esté sentado en esta silla rodeado de premios y reconocimientos, y vuelve a esa noche de hace nueve años, cuando su mujer, su madre y sus hermanos se negaban a perder la cordura y dejar de cobrar partos. “Al final fue mi padre el que decantó la balanza. Dijo que, si era necesario, él volvía a trabajar de porteador para pagar las intervenciones”, cuenta el obstetra. Y ya son 1.700 las que llevan.

Su hija Tanisha —con acento inglés de escuela internacional— asegura que quiere ser doctora como su padre. Él bromea y asegura que le gustaría que fuera luchadora.

 

Celebrando a las niñas

Hace ahora 1.700 nacimientos, lo primero que preguntó Vimal al doctor Rakh después de dar a luz a su hija era si su marido estaba enojado. La enfermera Seema, que ejercía de enlace entre la habitación del parto y la sala de espera donde Bhupendra, su marido, aguardaba noticias, contestó: “Tu marido está bien”. Y la cara de Vimal se iluminó.

El 6 de enero de 2012, Vimal y Bhupendra Chaudary cruzaron el umbral del hospital Medicare de Pune. Vimal —piel clara y pelo oscuro— vestía un sari blanco con motivos rojos y dorados que le cubría un rotundo vientre de nueve meses. Ella no lo sabía, pero iba a inaugurar la cuenta del doctor Rakh. Ya había sido madre de un hijo y una hija, pero esta última murió al poco de nacer. Tres días más tarde, la joven madre tenía en sus brazos a su tercer hijo, una niña.

Esa fue la primera vez que el doctor decidió no cobrar a los padres, pero además tuvo otra idea alocada: decidió celebrarlo. Abrió su cartera y dio unos pocos centenares de rupias al recepcionista del hospital; este corrió hasta una floristería y una pastelería cercana, compró un pastel de chocolate y un ramo de rosas rojas. Improvisadamente reunió enfermeras y familiares en su despacho, y allí se celebró la primera fiesta, el primer parto gratuito, el pistoletazo de salida a Save the Girl Child.

Tejashree y su marido Keitan son dos de los representantes de lo que es la India contemporánea. Nuevos artesanos de la informática, pican código en jornadas maratonianas delante de una pantalla para una empresa ubicada al otro lado del mundo. Sentados en una habitación, rodeados de su familia más cercana, miran a lo más preciado y se sonríen. Las cortinas naranjas de su pequeña habitación iluminan con luz cálida una cuna de metal blanco. En ella descansa Kartiki, una niña de apenas un día que se resistía a nacer. Tejashree limita sus movimientos a lo esencial, una cicatriz cruza su bajo vientre en horizontal y cualquier gesto se convierte en una tarea ardua. Hace apenas unas pocas horas ha dado a luz por cesárea.

A pocos pasos de su habitación, la enfermera Seema ha cerrado las luces del cuarto que en el pasado servía como UCI del hospital. La misma sala donde hace ahora tres años Jaya esperaba reunir fuerzas suficientes para sobrevivir a la operación que liberaría sus extremidades. Hoy, unas pocas camas apartadas contra las paredes ocupan el espacio. El personal del hospital se esmera en encender decenas de velas; mientras, un pequeño montículo de rosas y un pastel descansan sobre una mesa. Las enfermeras sonríen. Ha nacido una niña y se va a celebrar una fiesta.

Los trozos de pastel pasan de manos a bocas ajenas. Los participantes en la celebración se acercan al dulce y con sus manos cogen pequeñas porciones que utilizarán para alimentar al resto de los participantes. Cada uno se sirve una rosa y la regala a Tejashree, que en breve recibirá un gran ramo de flores rojas. Keitan pide silencio y empieza a hablar: “Al igual que mi hija es bienvenida en este mundo, al igual que hemos celebrado su nacimiento, quiero que todas las niñas nacidas en este mundo sean acogidas de esta manera y que no sean nunca menos que los niños”.

Vimal fue la primera madre hace tanto tiempo que el doctor recuerda el nombre de los padres, pero no de la hija. “A veces pueden tardar semanas en bautizar a sus niños”. Y después de la pequeña de Vimal, vinieron Aditi, Madhuri, Naina y Pooja. Más tarde Pia, Sneha, Varsha, Sajili, Rohini, Radhika... Y después, Deepa, Beenish, Jana, Rana, Ahana, Pooja, Dea y Manavi, y así hasta sumar 1.700 niñas y llegar a la hija de Tejashree, Kartiki.

El médico, rostro redondo tallado en ángulos amables, voz monótona y reconfortante dice: “Me llamaban el loco doctor Rakh, porque estaba celebrando el nacimiento de las niñas de otras personas”. Más de 1.700 celebraciones. Las 1.700 hijas del doctor Rakh.


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