Las supuestas cremas del experimento, que no tenían ningún principio activo
Por Miguel Ángel Criado
En 2003, un experimento con 100
hombres demostró cómo nos engaña el cerebro. Todos sufrían una enfermedad
coronaria y a todos se les trató con el betabloqueante Atenolol. Un tercio de
ellos no sabían qué estaban tomando. A otro tercio les dijeron el nombre del
fármaco y para qué servía. Al tercer grupo les confesaron que podían tener
problemas de erección. Solo uno de los primeros y cinco del segundo grupo
tuvieron disfunción eréctil. Pero un tercio de los que sabían qué efecto
secundario podía tener el fármaco, acabaron sufriéndolo. Lo llaman efecto
nocebo, el reverso del placebo.
"Nocebo se refiere a
cualquier efecto negativo fruto de un tratamiento simulado. Puede ser el
empeoramiento de un síntoma o la aparición de efectos secundarios",
explica la investigadora de la Clínica Universitaria de Hamburgo-Eppendorf
(Alemania), Alexandra Tinnermann. Aunque por cada investigación sobre este
fenómeno hay 1.000 sobre el efecto placebo, además de agravar el estado de
muchos enfermos, el efecto nocebo está entorpeciendo buena parte de la
investigación y plantea dilemas en la práctica médica.
Junto a un grupo de colegas,
Tinnermann ha comprobado que uno de los factores que pueden favorecer la
aparición de efectos nocebo es el precio del tratamiento. "En los estudios
sobre placebo, se ha visto que cuanto más cara es una medicación, mayor efecto
placebo, lo que sugiere que en la mente de las personas, el medicamento caro
aparece como más potente que el barato. Lo mismo parece suceder con el efecto
nocebo. Pensamos que la gente cree que un potente fármaco también es más fuerte
a la hora de tener efectos secundarios", explica la investigadora germana.
Para comprobarlo diseñaron dos
cajas para una crema contra la dermatitis atópica. Una de las cajas (la de
color naranja) daba una imagen más vulgar del medicamento que la azul, con un
diseño más cuidado. Confirmaron esta impresión con un centenar de personas
ajenas al experimento. La mayoría supuso que la azul era más cara. Dentro de
las cajas colocaron un tubo de crema e iniciaron el ensayo del nuevo
medicamento.
Dividieron a 50 personas en dos
grupos. A uno le aplicaron en el antebrazo la crema de la caja naranja y al
otro, la de la caja azul. También les pusieron una tercera crema como control
del experimento. Al primer grupo le dijeron que iban a probar una versión
barata del fármaco y al segundo, la de gama alta. Buscaban reforzar la
impresión que ofrecían las cajas. En ambos casos, también les dijeron que el
producto les provocaría una quemazón que podría ser dolorosa. La crema se la
aplicaron en un parche.
En realidad, el dolor de la
quemadura lo provocó el parche: las tres cremas eran la misma sustancia sin
ningún principio activo. Sin embargo, como muestran los resultados de su
estudio, publicados en Science, los voluntarios a los que se les aplicó la
crema de la caja azul dijeron sentir mucho más dolor. Y eso que la temperatura
fue la misma para todos.
"Los estudios sobre nocebo
demuestran que un síntoma puede ser amplificado o empeorado por las
expectativas negativas", comenta la profesora de la Universidad de
Maryland (EE UU) e investigadora de los fenómenos placebo y nocebo, Luana
Colloca, no relacionada con esta investigación. "Por ejemplo, los
participantes en un estudio pueden sentir un dolor insoportable cuando ellos
experimentan un estímulo para el que han sido condicionados para que crean que
será extremadamente doloroso, aunque el estímulo haya sido programado para
provocar un nivel medio de dolor. Puede parecer un truco de la mente, pero
ahora sabemos que interviene un sistema psiconeurobiológico de modulación del
dolor que conecta las expectativas de la persona de un alivio o empeoramiento
del dolor con la liberación o bloqueo de opioides endógenos", añade.
La investigación de Tinnermann
muestra cómo sucede este proceso a nivel neurológico. Al mismo tiempo que se
desarrollaba el ensayo, registraron la actividad cerebral de los participantes.
"El córtex prefrontal, donde se cree que generamos las expectativas
negativas afectó a regiones cerebrales más profundas, como el tallo cerebral e
incluso la médula espinal". Todo el sistema principal del dolor se vio
activado por el valor que los sujetos daban a las cremas. "Más aún, la comunicación
entre estas regiones fue modulada por el precio de la medicación", añade.
"Las respuestas placebo y
nocebo son muy comunes en el contexto de los ensayos clínicos", recuerda
Colloca. El problema es que están afectando a la propia investigación médica.
"En los últimos cinco años más de 1.000 ensayos clínicos en medicina del
dolor no han conseguido encontrar nuevos tratamientos porque el principio
activo no mejoraba los resultados del placebo de control", desvela. Eso
supone mucho dinero. Y se pregunta si no sería mejor aprender a aprovechar el
poder de estos efectos. "Comprender el efecto placebo podría ayudarnos a
reducir el creciente gasto sanitario y combatir problemas sistémicos como el
abuso en la prescripción de opioides y la adicción", termina la investigadora
italiana.
Pero los efectos nocebo plantean
otro dilema: el de informar o no al paciente sobre los posibles efectos del
tratamiento. En mayo pasado, The Lancet publicó el mayor estudio realizado
hasta la fecha sobre el efecto nocebo. A más de 10.000 personas les
administraron durante tres años Atorvastatin, usado para rebajar el colesterol
en personas con riesgo coronario, sin saber lo que estaban tomando. Al cabo de
ese tiempo, ambos grupos tuvieron el mismo porcentaje de debilidad y dolor
muscular, uno de sus posibles efectos secundarios. En una segunda fase de dos
años, les revelaron el nombre del fármaco: los casos de dolores musculares
subieron un 41%. El problema es que el paciente tiene derecho a saber qué está
tomando, aunque eso reduzca la eficacia del tratamiento o agrave sus efectos
secundarios.
FUENTES: https://elpais.com/elpais/2017/10/11/ciencia/1507733288_377544.html
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