sábado, 20 de junio de 2009

Interesante y, a ratos desolador, artículo

Del laboratorio al paciente

Académicos aminoran la búsqueda de remedios.

POR SHARON BEGLEY
NEWSWEEK, 14 DE JUNIO DEL 2009, 21P.

Ahora que el presidente Obama ha elegido a casi todos los integrantes de su equipo científico -desde el Departamento de Energía hasta la FDA-, la falta de un director para los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) resalta como un creacionista en una convención de evolucionistas. Sólo espero que la demora signifique que Obama ha entendido la necesidad -y la dificultad- de designar un director poderoso y capaz de trascender la retórica sobre la migración de los descubrimientos del laboratorio a la vida real, algo hasta ahora no visto aun cuando han transcurrido seis años del muy cacareado "mapa" de NIH, preconizado como una prioridad para la investigación que recompensaría los estudios más arriesgados e innovadores.
NIH encara una difícil tarea, porque las fuerzas ocultas de la medicina académica que (sin saberlo) conspiran para entorpecer las investigaciones que redunden en beneficios clínicos dan pocas muestras de debilitarse. Un razón es la motivación del dinero, que supuestamente induce a las industrias farmacéutica y de biotecnología a invertir en un proceso de décadas para descubrir, desarrollar y probar nuevos compuestos. Muchas veces lo hacen, pero cuando un hallazgo prometedor deriva en utilidades potenciales para Pets-.com, los pacientes son los que sufren. Un ejemplo es la labor de Donald Stein (Universidad de Emory), quien en la década de 1970 se percató de que las ratas hembras se recuperaban con más celeridad y perfección que los machos de cualquier traumatismo cráneo-encefálico, y propuso la hipótesis de que la progesterona podía ser la diferencia. Sin embargo, no es fácil patentar la progesterona. "Pharma no vio el potencial de rentabilidad, así que nuestra única esperanza era conseguir que NIH financiara ensayos clínicos de gran escala", informa Stein. Por desgracia, tuvo poca suerte para conseguir que NIH le ayudara con su trabajo hasta 2001, cuando recibió 2.2 millones de dólares para investigaciones humanas iniciales, las cuales iniciarán con un ensayo clínico en octubre próximo administrando progesterona a miles de pacientes con lesiones encefálicas en 17 centros médicos. Para quienes desean llevar la cuenta, el ensayo se llevará a cabo 40 años después que Stein realizara el fortuito hallazgo.
Una perversa peculiaridad de los logros académicos es que también entorpecen la investigación con fines prácticos. "A fin de ascender, un científico debe publicar en revistas de prestigio", apunta Bruce Bloom, presidente de Partnership for Fures, organización filantrópica que apoya la investigación. "El incentivo es publicar y obtener becas en vez de crear mejores tratamientos y curaciones". ¿Y qué quieren las publicaciones? "Nuevos y fascinantes conocimientos científicos [más que] tratamientos mundanos", sentencia. Ejemplo: en una investigación financiada por Partnership for Cures, un equipo científico a cargo de David Teachey, del Hospital Infantil de Filadelfia, descubrió que la rapamicina -sustancia que suprime la inmunidad- puede acabar con los síntomas de un padecimiento pediátrico raro y a veces mortal llamado Síndrome Linfoproliferativo Autoinmune (ALPS, por sus siglas en inglés), el cual hace que el organismo ataque sus propias células sanguíneas. Cuando, en 2006, Techey desarrolló un modelo con roedores para probar el tratamiento, publicó los hallazgos en la principal revista de hematología, Blood. ¿Qué pasó en 2009 con su propuesta de tratamiento de ALPS con rapamicina? Apareció en la decimotercera publicación de su clase. Los fundamentos científicos eran conocidos, así que las principales revistas no mostraron interés. "Sería agradable que este tipo de trabajo fuera mejor valorado por las principales publicaciones", se lamenta Teachey. Breéis Rubin, de la Universidad de Fordham, está completamente de acuerdo. Descubrió un tratamiento para una rara enfermedad a menudo mortal, llamada disautonomía. La divulgación en una publicación importante habría demorado varios meses en tanto que una de calidad inferior lo haría de inmediato, optó por la segunda. "Teníamos que sopesar eso contra la necesidad de circular la información y salvar vidas infantiles", dice Rubin.
No todos los científicos ponen en segundo término su prestigio. Hace poco, un investigador descubrió una mutación genética común entre los judíos europeos y tiene suficiente información para recurrir a una revista de segundo nivel, pero prefiere esperar a una más importante y eso se traduce en postergar la divulgación de la vía fisiopatológica por la cual la mutación da origen al padecimiento.
Con tanto en juego, NIH debe presionar con más fuerza para que la investigación práctica se vuelva prioritaria. Cuando Stein solicitó fondos NIH en las décadas de 1980 y 1990 "muchos dudaban que una hormona de la gestación pudiera ayudar a los pacientes a recuperarse de un traumatismo cráneo-encefálico", recuerda. "Decían que era demasiado fácil". Y cuando intentó también publicar sus hallazgos en las principales revistas, sus artículos fueron rechazados, en gran medida, porque lo único que daba a conocer era el éxito en el tratamiento de los pacientes. Teachey tampoco consiguió fondos de NIH, pues los revisores consideraron que sus trabajos estaban enfocados excesivamente en la práctica -a pesar de que ya se había dado a conocer el mapa NIH que supuestamente manifestaba su preferencia por las investigaciones de este tenor. A todas luces, hace falta un director NIH de proporciones casi heroicas que cambie el rumbo de esta organización.