“Cuidad
de mis hijos porque, aunque yo muera, ellos son las semillas del califato”,
fueron las palabras que una yihadista dirigió a la enfermera jefe. Lo hizo
señalando las cunas en las que 75 niños nacidos de combatientes del Estado
Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) luchan por sobrevivir en un hospital
kurdo del noreste de Siria. Son los bebés nacidos en el reducto del califato,
el poblacho de Baguz donde tuvo lugar la última batalla librada contra el ISIS
por las milicias kurdo-árabes, en el desierto sirio y fronterizo con Irak. De
rasgos asiáticos, africanos o europeos, han sido evacuados desde los campos de
acogida para miembros del ISIS donde están ahora sus madres, procedentes de
todo el mundo que respondieron a la llamada del líder de Estado Islámico,
Abubakr al Bagdadi, para que poblaran el nuevo territorio. Algunos son
huérfanos, pero otros han sido ingresados en este hospital al que vienen a
visitarles sus madres, cautivas en los campos de acogida.
Casi
ninguno de estos bebés tiene más de tres años; todos aparentan tener pocos
meses. Estigmatizados por ser descendientes del ISIS, su mera existencia
plantea un reto para los países de origen de sus padres. Hay países que han
optado por repatriar a los huérfanos o permitir el retorno y otros no se hacen
cargo de unos niños que, desde las cunas, no lanzan proclamas yihadistas sino
roncas respiraciones, sonoras toses y escalofriantes llantos.
Docenas
de pares de ojos sobresalen de unas amarillentas caras con cabezas rapadas,
algunas con puntos de sutura, otras, quemadas. Esas cicatrices son las únicas
marcas que se atisban en estos pequeños que han sobrevivido a una guerra. En la
cuna que preside la sala, tres bebés permanecen sentados, los ojos bien
abiertos, inmóviles, en silencio, pero en alerta. No lloran, no gimen, no
reaccionan a carantoñas. Los niños, con huesudos brazos, se debaten entre la
vida y la muerte con una vía conectada. Como lo hicieran, sin éxito, los 123
bebés muertos desde diciembre en esta zona por desnutrición, hipotermia o
problemas respiratorios.
Maya
es el seudónimo que elige esta enfermera a cargo de un equipo de 12 cuidadoras
y otras tres sanitarias, porque aún temen al ISIS. “Se han escapado muchos
yihadistas de los campos y tememos que vengan aquí en busca de venganza por los
niños fallecidos”, relatan solicitando no mencionar el nombre del centro
hospitalario. Una mujer, que asegura llamarse Meriam el Alí y ser noruega de
origen somalí, entra en el cuarto. Detrás del niqab y en un inglés fluido, una
desafiante voz exige cuidados para su sobrino, un bebé de aspecto triste y largas
pestañas. La mirada de desprecio que le brindan las cuidadoras es intensísima.
“Hacemos un sobresfuerzo para mantener a decenas de miles de personas del ISIS
en los campos y prisiones con unos recursos limitados y haciendo frente a
nuestros propios heridos, la rehabilitación de las infraestructuras y el coste
de la guerra”, protesta un oficial de las fuerzas de seguridad kurdas. “Lo que
pedimos es que sus países de origen se hagan cargo”, acota.
“Cualquiera
que sea el crimen que han cometido sus padres, los más de 3.500 niños
extranjeros que languidecen en los diferentes campos del noreste de Siria son
claramente víctimas inocentes del conflicto y deberían ser repatriados a sus
países de origen para garantizar su seguridad y bienestar”, apunta en un correo
electrónico Paul Donohoe, portavoz de la ONG Comité Internacional de Rescate
(CIR) que trabaja en los campos de acogida en el noreste de Siria. “Ya hemos
sobrepasado las 75.000 personas”, asevera al teléfono un empleado del centro de
acogida de Al Hol. La ONG Save The Children eleva a 40.000 el número de menores
en ese campo; de ellos 250 no acompañados, según el CIR.
Minúsculos
brazaletes azules o rosas identifican el sexo de los bebés y en ellos
garabatean sus nombres. En la cuna número 15, tan solo se lee mahjul,
desconocido en árabe. “Hay al menos una veintena de huérfanos en las dos
salas”, calcula Maya. De todos ellos, el bebé sin nombre es el único que logra
esbozar una sonrisa.
FOTOGRAFÍAS
DE NATALIA SANCHA