lunes, 11 de enero de 2016

Los estudios de biomedicina esconden quién los paga


Por Manual Ansede Vázquez.

Dos análisis muestran que el secretismo y la chapucería ralentizan el desarrollo de fármacos.


Más de la mitad de las investigaciones no revela sus fuentes de financiación.


“Reaccionamos demasiado tarde al secretismo de las farmacéuticas”


Sin quererlo, el poeta romano Juvenal dejó en su obra una frase que ha sobrevivido casi 2.000 años después de su muerte: Quis custodiet ipsos custodes? (¿Quién vigila a los vigilantes?). En la ciencia, ese papel de investigador de los investigadores lo ejecuta con mano de hierro el epidemiólogo de origen griego John Ioannidis.


En un primer latigazo, Ioannidis mostró en 2005 que, con las defectuosas prácticas de los laboratorios de la época, era más probable que las afirmaciones de los estudios científicos fueran falsas que ciertas. Hoy, Ioannidis, codirector del Centro de Innovación en Metainvestigación de la Universidad de Stanford (EE UU), vuelve a desnudar al sistema científico actual. Su equipo ha analizado 441 estudios de biomedicina seleccionados al azar entre los publicados entre 2000 y 2014. Ninguno de ellos incluía sus datos en bruto, solo uno revelaba el protocolo seguido, más de la mitad proclamaban de manera dudosa nuevos descubrimientos y la mayoría no mencionaba sus fuentes de financiación ni sus conflictos de intereses con farmacéuticas u otras instituciones.


“Nuestra evaluación empírica muestra que la literatura biomédica publicada adolece de una falta de transparencia de grandes dimensiones”, denuncian los autores en su trabajo, que se publica hoy en la revista especializada PLOS Biology. El 52% de los estudios analizados no revelaba de dónde salía el dinero para investigar. Y solo un 6% de los artículos incluía una declaración de conflictos de interés, una cifra que “probablemente es una subestimación” de la realidad, según el equipo de Ioannidis.


El secretismo y la chapucería destapados por Ioannidis tienen un precio muy caro para la sociedad, como ya criticó el médico británico Iain Chalmers, uno de los fundadores de la red Cochrane. Esta organización sin ánimo de lucro agrupa a más de 37.000 investigadores de 130 países para elaborar información sanitaria creíble y libre de patrocinios comerciales. En 2009, Chalmers alertó de que la exageración de los resultados en investigaciones con animales, la elaboración de estudios innecesarios y la imposibilidad de reproducir algunos trabajos por falta de información podrían provocar pérdidas de hasta el 85% de la inversión en investigación biomédica. En 2009, esa inversión total alcanzó los 100.000 millones de dólares en todo el mundo.


En 2015, otro equipo señaló que más del 50% de los resultados de las investigaciones preclínicas, en animales, eran irreproducibles. Es decir, alguien publica que ha frenado el cáncer de pulmón en ratones con una molécula, por ejemplo, pero luego ningún investigador es capaz de lograr los mismos resultados con el mismo método. El grupo de científicos, liderado por el economista Timothy Simcoe, de la Universidad de Boston, calculó que esta irrepetibilidad costaba cada año 28.000 millones de dólares, solo en EE UU. “Como era de esperar, el descubrimiento de nuevos fármacos se ha ralentizado y sus costes han aumentado, ya que las investigaciones preclínicas en animales raramente se consiguen reproducir en ensayos clínicos [en humanos]”, critica en su editorial de hoy la revista PLOS Biology.


En otro trabajo paralelo, publicado hoy en la misma revista, otro equipo de investigadores ha analizado cientos de estudios sobre el cáncer y el derrame cerebral. El grupo, liderado por Ulrich Dirnagl, del hospital universitario Charité, en Berlín, ha detectado que la inmensa mayoría no especifica el número de animales utilizados, ni cuántos murieron durante el estudio, algo que sería inimaginable en ensayos clínicos con humanos y que pone en duda los resultados de los laboratorios.


“Esta es una prueba más del enorme abismo entre nuestra imagen pública como científicos y la desagradable realidad”, opina Ben Goldacre, del Centro para la Medicina Basada en la Evidencia de la Universidad de Oxford. Goldacre, ajeno a los dos nuevos estudios, subraya que “la ciencia es precisión” y los científicos deben ser “exquisitos” en sus métodos. “Esto no sucederá por arte de magia o esperando a que pase. Se requieren acciones urgentes. Necesitamos donantes e instituciones que recompensen —económicamente y con promociones— a aquellos investigadores que sean completamente transparentes en su trabajo”, propone.


El investigador John Ioannidis admite que la detectada falta de información sobre las fuentes de financiación podría deberse a que una gran parte de la investigación se hace, de hecho, sin dinero adicional, “pero también podría significar que algunos estudios no revelan sus fuentes de financiación”, algo previsible en un sector entreverado con la industria farmacéutica. “En cuanto a los conflictos de intereses, es posible que muchos estudios no los tengan, pero es más probable que muchos de los estudios que no los mencionan en realidad tengan algunos conflictos potenciales, pero no se informe de ellos”, apunta.


Consciente de las repercusiones de su trabajo, Ioannidis hace un llamamiento a “confiar en la ciencia más que en los negacionistas de la ciencia o en otras fuentes de información no científicas”. Para el investigador de Stanford, “la buena investigación debería intentar mejorarse a sí misma constantemente”, con la presión de los ciudadanos informados de las incertidumbres inherentes a la ciencia. “Esperemos que nuestros datos supongan un incentivo para mejorar la transparencia, la reproducibilidad y la exactitud de los resultados que obtenemos de la investigación científica”.


Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/01/04/ciencia/1451931165_238355.html