domingo, 31 de marzo de 2019

Los niños del ISIS


“Cuidad de mis hijos porque, aunque yo muera, ellos son las semillas del califato”, fueron las palabras que una yihadista dirigió a la enfermera jefe. Lo hizo señalando las cunas en las que 75 niños nacidos de combatientes del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) luchan por sobrevivir en un hospital kurdo del noreste de Siria. Son los bebés nacidos en el reducto del califato, el poblacho de Baguz donde tuvo lugar la última batalla librada contra el ISIS por las milicias kurdo-árabes, en el desierto sirio y fronterizo con Irak. De rasgos asiáticos, africanos o europeos, han sido evacuados desde los campos de acogida para miembros del ISIS donde están ahora sus madres, procedentes de todo el mundo que respondieron a la llamada del líder de Estado Islámico, Abubakr al Bagdadi, para que poblaran el nuevo territorio. Algunos son huérfanos, pero otros han sido ingresados en este hospital al que vienen a visitarles sus madres, cautivas en los campos de acogida.

Casi ninguno de estos bebés tiene más de tres años; todos aparentan tener pocos meses. Estigmatizados por ser descendientes del ISIS, su mera existencia plantea un reto para los países de origen de sus padres. Hay países que han optado por repatriar a los huérfanos o permitir el retorno y otros no se hacen cargo de unos niños que, desde las cunas, no lanzan proclamas yihadistas sino roncas respiraciones, sonoras toses y escalofriantes llantos.

Docenas de pares de ojos sobresalen de unas amarillentas caras con cabezas rapadas, algunas con puntos de sutura, otras, quemadas. Esas cicatrices son las únicas marcas que se atisban en estos pequeños que han sobrevivido a una guerra. En la cuna que preside la sala, tres bebés permanecen sentados, los ojos bien abiertos, inmóviles, en silencio, pero en alerta. No lloran, no gimen, no reaccionan a carantoñas. Los niños, con huesudos brazos, se debaten entre la vida y la muerte con una vía conectada. Como lo hicieran, sin éxito, los 123 bebés muertos desde diciembre en esta zona por desnutrición, hipotermia o problemas respiratorios.

Maya es el seudónimo que elige esta enfermera a cargo de un equipo de 12 cuidadoras y otras tres sanitarias, porque aún temen al ISIS. “Se han escapado muchos yihadistas de los campos y tememos que vengan aquí en busca de venganza por los niños fallecidos”, relatan solicitando no mencionar el nombre del centro hospitalario. Una mujer, que asegura llamarse Meriam el Alí y ser noruega de origen somalí, entra en el cuarto. Detrás del niqab y en un inglés fluido, una desafiante voz exige cuidados para su sobrino, un bebé de aspecto triste y largas pestañas. La mirada de desprecio que le brindan las cuidadoras es intensísima. “Hacemos un sobresfuerzo para mantener a decenas de miles de personas del ISIS en los campos y prisiones con unos recursos limitados y haciendo frente a nuestros propios heridos, la rehabilitación de las infraestructuras y el coste de la guerra”, protesta un oficial de las fuerzas de seguridad kurdas. “Lo que pedimos es que sus países de origen se hagan cargo”, acota.

“Cualquiera que sea el crimen que han cometido sus padres, los más de 3.500 niños extranjeros que languidecen en los diferentes campos del noreste de Siria son claramente víctimas inocentes del conflicto y deberían ser repatriados a sus países de origen para garantizar su seguridad y bienestar”, apunta en un correo electrónico Paul Donohoe, portavoz de la ONG Comité Internacional de Rescate (CIR) que trabaja en los campos de acogida en el noreste de Siria. “Ya hemos sobrepasado las 75.000 personas”, asevera al teléfono un empleado del centro de acogida de Al Hol. La ONG Save The Children eleva a 40.000 el número de menores en ese campo; de ellos 250 no acompañados, según el CIR.

Minúsculos brazaletes azules o rosas identifican el sexo de los bebés y en ellos garabatean sus nombres. En la cuna número 15, tan solo se lee mahjul, desconocido en árabe. “Hay al menos una veintena de huérfanos en las dos salas”, calcula Maya. De todos ellos, el bebé sin nombre es el único que logra esbozar una sonrisa.


FOTOGRAFÍAS DE NATALIA SANCHA