domingo, 20 de octubre de 2019

En Ecuador, durante las últimas manifestaciones sociales, los médicos y los estudiantes de medicina: "ni a favor, ni en contra de nadie"


Por Yadira Trujillo


Viernes 11 de octubre del 2019. Aproximadamente a las 16:00, los alrededores de la Asamblea Nacional, en Quito, se llenaron de gas lacrimógeno. La labor de Sofía Gavilánez consistía en auxiliar a los asfixiados. No imaginó que ella necesitaría apoyo.

Ese fue uno de los días de mayor conflicto. Y la joven de segundo semestre de la carrera de medicina de la Universidad Católica sufrió un cuadro de asfixia y perdió la visión durante 30 segundos.

No se rindió. “Pensé que me iba a desmayar”, dice. Pero algo le motivó: la gente le pedía gasas, agua. "Me dije: tengo que ayudarlos”. Así que lejos de darse por vencida, asistió a los afectados y los acompañó hasta lugares seguros.

Como ella, cientos de estudiantes de medicina de universidades públicas y privadas de la capital fueron los voluntarios, que brindaron atención médica de emergencia durante las protestas.

Mascarillas, mandiles blancos y equipos básicos para atención de heridos acompañaron las largas jornadas de los grupos de ayuda humanitaria. En medio de gas lacrimógeno, bombas molotov, piedras, palos y otros objetos que volaban por el aire, los jóvenes estudiantes y profesionales de la medicina corrían por la zona de mayor conflicto en Quito, protegiendo a personas heridas y atendiéndolas en medio de la hostilidad.

En El Arbolito, puntos de atención improvisados se adecuaron junto a las bancas del parque, bajo los árboles más bajos y en los montículos de tierra. Se usaron para proteger a los heridos de los enfrentamientos.

“Se jugaron la vida”, “lo entendieron todo”, fueron algunas de las frases que circularon en redes, acompañadas de fotos en las que se los ve en acción: trasladando a los heridos hacia lugares medianamente seguros, deteniendo hemorragias, curando impactos de bomba, atendiendo asfixias, etc.

Como Sofía, otros estudiantes de los primeros semestres de la carrera no estaban preparados para una situación de esa magnitud.

Pero ya en el conflicto, Augusto Calderón, estudiante a punto de convertirse en médico, fue quien organizó las brigadas y preparó a los más jóvenes, para que realicen los procedimientos necesarios.

Entre ellos, les enseñó a hacer RCP (reanimación cardiopulmonar), cómo empaquetar una hemorragia, cómo proceder en casos de asfixia y, también, cómo protegerse para salvaguardar su propia integridad y así poder ayudar a otros.

Las brigadas se conformaron con estudiantes y médicos profesionales, con el objetivo de apoyarse mutuamente en la atención de heridos. También participaron paramédicos, universitarios de carreras diferentes a las de medicina y voluntarios de la sociedad civil.

¿Cuál era su escudo? Banderas blancas fueron su única protección y la forma simbólica de pedir paso libre para prestar ayuda, sin ser atacados. Con telas de ese color, amarradas en palos que permitieron levantarlas alto, se movieron en medio del peligro durante los días de protesta.

No eran inmunes al gas, ni a la vulnerabilidad de la situación. “Lo único que esperábamos que nos protegiera fue nuestro mandil blanco”, relata Sofía.


A través de redes sociales, ciudadanos expresaron su asombro por la magnitud de las protestas. Aseguraron que nunca antes habían sido testigos de algo similar en Ecuador. “Quito convertido en un campo de guerra”, fue una frase constante en las publicaciones de usuarios en sus perfiles sociales.

En ese escenario se movieron los voluntarios como Sofía, quien, reconoce, sintió temor de ser una víctima más. “Pero es mucha fuerza de voluntad”, asegura. Desde 1864, los Convenios de Ginebra establecen las leyes de la guerra. Entre sus finalidades está la protección a personas que realizaron tareas como las de Sofía y sus compañeros.

Los Convenios establecen la prohibición de afectar, en medio del conflicto, a socorristas y voluntarios que participen en tareas de asistencia.

Los rostros de los chicos, como los de cualquier otro ser humano, lucían afectados. Mientras realizaban la atención médica, durante unos segundos se cubrían los ojos, que lagrimeaban por efecto del gas. Pero inmediatamente se reincorporaban para continuar.

Ni a favor ni en contra de nadie. Su único ‘bando’ era el de la ayuda, en medio de opiniones polarizadas que caracterizaron los enfrentamientos. Es parte del juramento hipocrático de un médico. Consiste en que “sea cual sea la condición de cualquier persona, nuestro deber es salvar su vida”, dice Sofía.

El riesgo para los estudiantes de medicina, médicos y voluntarios en general fue constante. En pleno toque de queda en Quito, el sábado 12 de octubre del 2019, los estudiantes formaron un escudo humano para proteger la zona de paz establecida en las universidades Salesiana y Católica. Era un escudo de mandiles blancos.

¿A cambio de qué? De nada. “Nuestra paga fue la gratitud de las personas, que nos daban comida o que nos recibían con aplausos en cualquier sitio al que íbamos”.