domingo, 1 de febrero de 2015

Historias de Niños II


En Dakar, la capital de Senegal, los gemelos Moustapha y Mohamed han llenado de vida la casa de los Coly, una familia de clase media que sueña con que sus hijos puedan estudiar en el extranjero.

Cuando a Nalla Diouf le dijeron que estaba embazada casi se cae de la silla. Es que ya había cumplido los 48 años y empezar de nuevo con la crianza no entraba en sus planes. Pero cuando le informaron que en su vientre había, no uno, sino dos pequeños embriones, a Nalla le entraron auténticos sudores. Su marido, Moustapha Djamil Coly, recuerda ese día perfectamente. “No es posible”, pensó, “somos demasiado viejos para esto”. Ahora, un año y medio después, los pequeños Mohamed Bosco y Moustapha Ouezzin corretean por el patio de su casa, se pelean, ríen, juegan a la pelota, se suben a las mesas y, en fin, se han convertido en los auténticos dueños y señores del hogar. La vida de la familia gira ahora en torno a ellos. “Un auténtico regalo de Dios”, aseguran ahora sin dudar un instante los encantados padres.

La casa de los Coly se encuentra a unos cien metros de la céntrica avenida Burguiba, en el corazón del barrio Liberté 1, una zona de clase media. Es una residencia típica: una sola planta con un enorme salón, cuatro habitaciones, cocina y baños en el exterior. Sin embargo, el corazón de la casa, el lugar donde se come, se tiende la ropa, se prepara la comida, se toma el té y se juega, es un patio en forma de L protegido del calor por un techo alto de chapa. Allí es donde Mohamed y Moustapha pasan la mayor parte del tiempo, vestidos solo con sus pañales o desnudos y luciendo en el cuello los amuletos o gri-gris que, supuestamente, les protegen de enfermedades y les alivian el dolor de los dientes, correteando de un lado para otro, jugando con su pequeño triciclo o con la pelota de plástico, bajo la atenta mirada de los adultos, casi siempre su madre, sus tías, sus hermanos mayores o sus primos, mientras el padre trabaja en una fábrica situada en Mbao, en las afueras de Dakar.

Los gemelos nacieron de parto natural el 5 de marzo del 2013, tras un poco más de ocho meses de gestación. El primero en llegar al mundo fue Mohamed, que pesó 2,1 kilogramos, mientras que su hermano Moustapha, con 2,4 kilos, se hizo un poquito el remolón. El alumbramiento tuvo lugar en la clínica Niang, un establecimiento privado situado en el Bulevar Charles de Gaulle de Dakar. En un primer momento, ambos fueron alimentados con biberón pero, con el paso de los días, su madre logró introducir también la leche materna, alternando ambos. La madre apenas se despega de los pequeños un instante, siempre los tiene cerca. Pero hacen falta mucho más que dos ojos y dos manos para gestionar este aluvión de energía que se ha desencadenado en la casa de los Coly. Afortunadamente, voluntarios no faltan.

La pareja formada por Moustapha y Nalla, que en la actualidad tienen 54 y 50 años respectivamente, ya tenía tres hijos. El mayor, Alain David, de 23, está ahora en Estados Unidos estudiando Ingeniería Informática gracias a una beca. Pero las dos chicas siguen en casa y se han convertido en una ayuda imprescindible para la madre en el cuidado de los gemelos. Se trata de Aisha, de 20 años, que comienza ahora la Universidad, y Mariame Janette, de 12, que cursa sus estudios en el barrio. Entre ambas, su primo Dominique, que revolotea todo el rato por allí, las dos hermanas de Moustapha que viven también en la casa, y otros familiares y vecinos, cuidados, atenciones y mimos a los pequeños no les faltan.

El concepto de familia extensa es algo muy conocido en Senegal. Además, tienen una empleada llamada Ndew que asume el peso de las tareas del hogar para dejar a Nalla más liberada, sobre todo teniendo en cuenta que los niños no van ni irán a una guardería. “Hay una en el barrio pero cuesta 60.000 francos CFA al mes por niño (unos 90 euros)”, explica la madre. Una cantidad que descalabraría el presupuesto familiar.

Moustapha, que trabaja en Industrias Químicas de Senegal y gana 300.000 francos CFA al mes (unos 450 euros), es un firme convencido de las bondades de la educación, de lo importante que es que sus hijos estudien. El acceso de la mayor parte de la población infantil al sistema educativo es uno de los cambios más importantes que ha vivido este país en los últimos 50 años y el padre de los gemelos es una buena prueba. Él hizo su Bachillerato en Dakar y luego se fue a Lyon (Francia) para estudiar Ciencias Sociales. Aunque no logró obtener su diploma, permaneció 10 años allí y la experiencia le cambió la vida. “Tengo la suerte de conocer los dos mundos, lo que me permite tener un criterio más amplio para elegir lo mejor para mis hijos. Quiero que estudien y que lo hagan en los mejores lugares posibles”, asegura. Ahora está luchando para mandar también a su hija mayor al extranjero, “la Universidad en Dakar es una fuente constante de inestabilidad”, dice. Respecto a los pequeños, lo tienen claro: empezarán su formación el próximo año en la escuela franco-coránica RAHMA que está en el barrio. Es decir, aprenderán los preceptos del Islam, pero también comenzarán su instrucción en la lengua francesa y otras materias, como las matemáticas.

Ajenos a estos planes, Moustapha y Mohamed juegan cada día en el patio. Apenas balbucean algunas palabras en wolof (la lengua nacional) y su única ocupación es divertirse y comer. Y no se les da mal ninguna de las dos. “A los seis meses empecé con papillas de frutas y cereales, pero ahora comen casi de todo. Patatas, spaghettis con carne picada y les encanta el arroz blanco solo. Sin embargo, rechazan el pescado y las verduras”, asegura su madre. Pero para estar sanos y prevenir enfermedades, además de la alimentación, es fundamental la vacunación. En cuanto alcanzaron los tres kilos de peso, aproximadamente dos meses después de nacer, empezaron los pinchazos. Primero la difteria, luego el tétanos, la tosferina, la polio, la rubeola y, finalmente, la fiebre amarilla, todas ellas bajo la supervisión de la pediatra Mame Ami Sene del Centro de Salud de Grand Dakar.

Los gemelos están bien de salud. Tan solo han tenido algún resfriado y una infección en la boca que se manifestó con llagas. El problema es que cuando uno coge cualquier virus o infección, el otro se contagia de inmediato. Al caer la tarde el sol da una pequeña tregua. Es entonces cuando los pequeños hacen sus primeras incursiones en el exterior, siempre de la mano de algún adulto. Hoy toca que su primo Dominique, estudiante de Electrónica, les lleve al campo de fútbol del barrio, una extensión de arena con dos porterías. El barrio es seguro, calles asfaltadas, iluminación por la noche, todos se conocen. En otras ocasiones van a un pequeño parque infantil un tanto abandonado o al aparcamiento del supermercado donde pueden correr. Una vez fueron a visitar la isla de Gorée y a sus padres les gustaría llevarlos un día al parque de atracciones Magic Land, pero “es muy caro. Puedes gastar 15.000 ó 20.000 francos CFA por cada niño un solo día (entre 25 y 30 euros)”, explica Nalla.

Cada día desarrollan su propio carácter. Moustapha es el más activo, “el más desobediente”, dice su madre, “se ríe mucho y nunca se está quieto. Por aquí pasa mucha gente porque yo vendo helados para tener unos ingresos extra en la casa y a él le encanta hacer caras y arrimarse a todos los niños que vienen. Es muy simpático”. Mohamed, sin embargo, obedece un poco más, está más atento a lo que le dicen los adultos. A primera vista es difícil diferenciarlos, pero pasadas unas horas se aprecia que Mohamed tiene la cara más redonda y que Moustapha es ligeramente más pequeño. El 24 de julio pasado ambos medían 35 centímetros y pesaban unos 12 kilos.

No tienen muchos juguetes, un triciclo, algún que otro coche, un ordenador para bebés ya sin pilas. Pero en el terreno de fútbol persiguen la pelota como si les fuese la vida en ello. A veces se tropieza uno con el otro y se caen. Su madre, que les deja ir tranquila con su sobrino, sueña un futuro prometedor para ambos, un porvenir que en buena medida refleja también la mentalidad de la clase media senegalesa. “Me gustaría que Mohamed fuera un gran médico o un gran profesor de la Universidad, mientras que Moustapha podría ser un futbolista de éxito. ¡Golpea muy bien la pelota!”. A la caída de la noche, los niños regresan de su excursión diaria. Es la hora de la cena. Sin embargo, aún tardarán en ir a dormir. “Suelen caer a las doce de la noche o la una de la madrugada. Y a las nueve o diez ya están despiertos otra vez”, explica su madre. A las dos de la tarde suelen hacer una siesta.

Con la oscuridad, un instante de paz. Es la hora de las conversaciones tranquilas en la casa. Al padre le preocupa cómo sacar adelante a la prole. “A veces se hace difícil con mi sueldo”, asegura. Afortunadamente no tienen que pagar alquiler, porque la casa es heredada de su padre, pero así y todo Moustapha Coly tiene que hacer muchas economías. “Voy muy justo, pero Dios siempre acaba proveyendo”. Se nota que ambos son muy religiosos, musulmanes, como la mayoría de los senegaleses. Gente de paz. En la familia también hay cristianos, pues los abuelos paternos, procedente de Bignona, en Casamance, lo eran. De hecho, Moustapha se convirtió al Islam ya de mayor. Los niños interrumpen todo el tiempo agarrándose a las piernas de los mayores, pidiendo que los cojan o lanzando objetos al suelo. Su padre los observa con una sonrisa. “¿Sabes?”, dice, “poco antes de que Nalla se quedara embarazada ella fue a la Meca. Estoy seguro de que Dios la bendijo y nos bendijo a todos con los pequeños. Ella está agotada, pero feliz. Y sé que los pequeños nos traerán muchas cosas buenas durante toda la vida y que nunca nos faltará para alimentarles”.