Un niño juega en Ciudad Juárez con los balancines diseñados por Ronald Rael y Virginia San Fratello.
Miembros de la policía militar mexicana patrullan entre los niños y
los adultos que acuden a la valla fronteriza para jugar, en Ciudad Juárez.
Familias a ambos lados de la valla acuden a esta zona de Ciudad
Juárez para que los niños jueguen. En la imagen, una madre, con su hija.
Algunos ciudadanos norteamericanos al otro lado de la valla
fronteriza.
Por Antonia Laborde
Las líneas en un mapa pueden crear cicatrices en el paisaje y en
nuestros recuerdos. Bajo esa premisa los profesores estadounidenses de
arquitectura y diseño Ronald Rael y Virginia San Fratello crearon un proyecto
que este lunes le cambió el rostro a la frontera entre Estados Unidos y México:
montaron unos balancines (sube y bajas) que utilizan como soporte el muro que
divide ambos países, logrando que las familias de un lado jugaran con las del
otro. “Si ven la imagen desde arriba, las líneas [de los asientos] color rosado
parecen suturas que reparan la división”, explica Rael por correo electrónico,
quien junto a su compañera San Fratello buscaron almibarar las memorias de
quienes habitan la zona fronteriza. La intervención solo duró unas horas, pero
los artistas lograron el cometido de que la gente que vive en una zona de
constante tensión se trasladara con la imaginación a otro lugar.
"El muro se convirtió literalmente en un punto de apoyo para
las relaciones entre EE UU y México. Los niños y adultos se conectaron de
manera significativa en ambos lados, representando cómo las acciones que tienen
lugar en un lado, tienen consecuencias directas en el otro", escribió este
martes Rael en su cuenta de Instagram al compartir vídeos y fotografías de
gente de todas las edades balanceándose en Sunland Park, EE UU, con otros de
Ciudad Juárez, México. Ciertas imágenes dan la sensación de que fueron tomadas
en blanco y negro, donde lo único que resalta es el fucsia chillón de los
balancines. Los creadores buscaban contrastes, “no solo del desierto, sino de
la frontera como un lugar de violencia, tal como la define el muro. El rosa
puede verse como un color "divertido", pero también es el color que
se usa para recordar a las víctimas de feminicidios en los tiempos violentos en
Juárez (1993)”.
La imagen de las familias jugando en el balancín chocaba en medio de
la crisis fronteriza. El presidente Donald Trump ha utilizado el muro como
símbolo de su política antimigración desde los inicios de su campaña,
transmitiendo el mensaje de que quienes llegan a solicitar refugio no son
bienvenidos en la primera potencia mundial. Aunque tras más de dos años en la
Casa Blanca, las amenazas del mandatario sobre el levantamiento de un muro
“hermoso, grande y fuerte” han quedado relegadas al plano retórico. Según la
oficina de Inmigración y Control de Aduanas (CBP, por sus siglas en inglés),
desde enero de 2017 se han reemplazado tramos de la valla ya existentes en 82
kilómetros —menos del 3% del largo de la frontera con México—, y no se ha
construido ni un centímetro nuevo.
Pero, aunque el muro ha cobrado mayor protagonismo durante esta
Administración, el plan de construir una valla de 1.200 kilómetros se aprobó en
2005. “Este no es el muro de Trump, es un muro que existe desde mucho antes que
él [fuera presidente] y deberíamos aprender las lecciones para no repetirlo en
el futuro y hacer todo lo posible para reparar el daño que ha causado”,
defiende Rael, criado en una cuenca entre Colorado y Nuevo México.
El profesor de arquitectura de la Universidad de Berkeley no
descarta que junto a San Fratello, profesora de diseño de la Universidad
Estatal de San José, vuelvan a poner los balancines o llevar a cabo otro tipo
de acción en el muro. En el libro Borderwall as Architecture: A Manifesto for the
U.S.-Mexico Boundary (2017), Rael plantea una serie de alternativas para
desarrollar a lo largo de 900 kilómetros de barreras construidas (muros,
alambradas, vallas) entre los dos países. Desde perforar un área de la valla
para incrustar una mesa donde los ciudadanos de ambos países puedan celebrar
una comida o montar una casa en la frontera que esté dividida por un muro en su
interior para enfatizar el hecho de que la división se acerca a la vida de las
personas. Todas las ideas fomentan el desmantelamiento conceptual y físico del
muro “que atraviesa un ‘tercer país’: los Estados Divididos de América”.