lunes, 26 de marzo de 2012

Newsweek, 25 de marzo del 2012, 23p.


MI PRUEBA ÁCIDA

Por Marc Lewis

 
En la mayor parte de mis 18 a 30 años, traté de reprogramar mi cerebro mediante ingerir cuanta droga cayese en mis manos. Lo cual probablemente ayuda a explicar por qué me volví un neurocientífico, estudiando los cambios cerebrales suscitados por las drogas y su adicción.

Mis aventuras con la ingesta de drogas comenzaron a finales de la década de 1960, cuando el mundo parecía estar abierto de par en par, esperando para revelar sus maravillas. Acababa de llegar a Berkeley, California, y mis nuevos amigos y yo fuimos hechizados con el potencial del LSD (dietilamida de ácido lisérgico) para expandir la mente.

Despegue: Mi primer viaje con ácido fue maravilloso y aterrador a la par. Estaba en el apartamento de un amigo, en medio de una chusma variopinta de hippies, y tragué una pequeña píldora morada durante un prolongado juego de Monopoly. Unos 45 minutos después, el cuarto empezó a desintegrarse. Tuve que dejar de jugar; ya no podía leer los números en los dados. Los dados, las paredes enyesadas, las voces parloteando, el vello facial de mis compatriotas, cada gestalt perceptual se separó en los detalles que la integraban, moviéndose, cambiando, arremolinándose, arreglándose por sí mismos en patrones de belleza geométrica o fealdad turgente. Mis sentidos y pensamientos estaban fuera de control, y el mundo corría a toda prisa y sin cesar.

Así que esto era lo que querían decir con "es mejor vivir a través de la química". El LSD funciona en el cerebro al bloquear los receptores de serotonina. El papel de la serotonina es reducir el ritmo de disparo de las neuronas que se excitan de más a causa del volumen o la intensidad de la información entrante. La serotonina filtra el ruido indeseable, y los cerebros normales dependen de ello. Entonces, al bloquear la serotonina, el LSD permite que la información fluya a través del cerebro sin restricciones. Abre en pleno las compuertas —lo que el autor Aldous Huxley llamó las "Puertas de la Percepción"—, y así fue como se sintió la primera vez que lo tomé.

Astronauta interno: El LSD fue inventado por el científico suizo Albert Hofmann en la década de 1930, pero sus propiedades psicodélicas no fueron evidentes hasta que él lo probó en sí mismo, en 1943, y pensó que estaba volviéndose loco. Investigadores psiquiátricos probaron a tratar desórdenes que iban desde la esquizofrenia hasta el alcoholismo con LSD. La CÍA y los militares estadounidenses se unieron a la escena en las décadas de 1950 y 1960, con la esperanza de manipular a tos de arcoíris, o me lanzaba al surfeo de mi propia cognición conforme aumentaba en profundidad. Quería quitarme mi blindaje mental y permitir que la realidad entrase. Y no me rendí por varios años, hasta que el ácido finalmente se volvió una rutina, y me vi arrastrado hacia aventuras más oscuras con drogas adictivas, la heroína entre ellas.

Cambio gravitacional: Es interesante señalar que la serotonina una vez más es el blanco de una invasión química a nivel cultural, excepto que las drogas de serotonina que hoy favorecemos cambian la experiencia humana a la dirección opuesta del LSD. Los ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) como laparoxetina (Paxil) y la fluoxetina (Prozac) son las píldoras más recetadas en EE UU, usadas para tratar la depresión, la ansiedad, el trastorno por estrés postraumático, el desorden obsesivo-compulsivo y las sensaciones indefinidas de asco. En vez de deshacerse de la serotonina, estas drogas bloquean el proceso de reabsorción para que la serotonina siga acumulándose en la sinapsis. El resultado: un manto extragrueso de serotonina que filtra las intrusiones de la angustia y la ansiedad, haciendo más seguros nuestros mundos internos. En vez del enciéndete, sintonízate y retírate, nos ayudan a apagarnos, desintonizarnos y seguir adelante, hacia una zona de seguridad solipsista, protegida de demasiada realidad.

¿Qué nos dicen estas nuevas drogas de cómo percibimos nuestro mundo y de nuestra cultura? Aparentemente, ahora no es tiempo de una exploración exuberante sino un tiempo de resguardarse y jugar a la segura. En vez de permitir que el mundo entre, con todas sus incertidumbres, tratamos de mantenerlo afuera. Y una barricada de serotonina lo hace posible.

Las drogas que creamos, las drogas que tomamos, las drogas de las que abusamos, ofrecen un antídoto idealizado a las ansias de nuestros tiempos. El LSD nació de nuestra ansia de libertad. Los ISRS reflejan la necesidad de seguridad. Como lo descubrí en mis propias exploraciones del espacio interior, las remodelaciones moleculares nunca resuelven del todo el problema; pero pueden mostrarnos dónde estamos y dónde hemos estado.