martes, 16 de octubre de 2018

El médico como paciente



Por Esther Samper



Todos somos pacientes en potencia. En varios momentos de nuestras vidas, las enfermedades aparecen y nos recuerdan el valor y la fragilidad de la salud y de la vida. Independientemente de nuestra etnia, educación, estatus económico o trabajo, nos enfrentaremos tanto a enfermedades leves y pasajeras como a enfermedades graves y/o incurables. La pérdida de la salud termina ocurriendo a todos, incluidos aquellos cuya profesión consiste en lidiar con ella cada día: los médicos.

Acostumbrados a ver y a tratar la enfermedad en otros y no en ellos mismos, cuando las cosas cambian y pasan al otro lado de la consulta, estos peculiares pacientes suelen encarar la enfermedad de forma diferente. Paradójicamente, durante sus exigentes carreras médicas, les han enseñado a reconocer y tratar innumerables enfermedades, pero nunca a estar enfermos. Este fenómeno del médico como paciente no ha pasado precisamente desapercibido, que ha sido recogido en libros, reportajes de periódicos y televisiones e incluso en múltiples estudios científicos.

El psiquiatra Robert Klitzman, afectado por depresión tras la muerte de su hermana en las Torres Gemelas el 11S, rompió el silencio como médico enfermo en un libro titulado "Cuando los doctores se convierten en pacientes". A su vez, entrevistó a 70 médicos y médicas que habían estado a ambos lados de la consulta. Ponerse en la piel de los pacientes reforzó la empatía que los doctores sentían por sus propios pacientes. Además, sus experiencias les ayudaron a darse cuenta de muchos fallos del sistema sanitario y detalles de la enfermedad que ignoraban o no valoraban adecuadamente antes de convertirse en pacientes. Así, como el resto de los mortales, se enfrentaron a las listas de espera, a los errores en la medicación o a la delicada interacción con sus médicos para comentar las buenas o malas noticias.

Emociones y porcentajes

Por ejemplo, un cirujano fue consciente, por primera vez tras 30 años de ejercicio profesional, de la gran diferencia en el impacto emocional que supone decir antes de una cirugía: “Hay un 5% de posibilidades de que muera" o "Hay un 95% de probabilidades de que vaya bien". Otro médico, tras su experiencia como paciente, siempre atendía a los suyos desde entonces con un "Siento haberle hecho esperar". La percepción del dolor de los pacientes también cambió para los médicos afectados por una enfermedad donde este síntoma estaba también presente. Aunque habían escuchado muchas veces antes las explicaciones de sus pacientes sobre el dolor que padecían, no fue hasta que lo sufrieron ellos mismos cuando pudieron realmente comprender por lo que estaban pasando.

A pesar de estos relatos positivos, lo cierto es que diversos estudios reflejan que los médicos se resisten a verse a sí mismos como pacientes y a pedir ayuda. Sí, en otras palabras, los médicos tienden a ser malos pacientes. La sutil atmósfera de invulnerabilidad flota en el ambiente sanitario, como si no fuera posible que ellos mismos pudieran enfermar. De hecho, es un estigma para algunos de ellos que llegan a comparar el miedo a reconocer su enfermedad con el miedo a "salir del armario".

Lo anterior es especialmente cierto cuando sufren trastornos mentales tales como la depresión, la ansiedad y la adición. Paradójicamente, estos problemas de salud son mucho más frecuentes entre los médicos que entre la población general. De hecho, entre el 10-20 % de los médicos sufre depresión en algún momento de sus carreras y su riesgo de suicidio es considerablemente superior a la población general (250% mayor en médicas y 70% mayor en médicos). Sin embargo, reconocer que se padece alguno de estos trastornos es visto como una señal de debilidad que muchos no están dispuestos a asumir hasta que es demasiado tarde. En parte porque al reconocer dichos problemas de salud pueden enfrentarse a consecuencias tales como la prohibición del ejercicio de la medicina o la retirada de la licencia médica, según el país. Por otra parte, algunos médicos se sienten incómodos por tener colegas de profesión como pacientes y conocer detalles médicos íntimos de éstos puede dificultar la relación profesional entre ambos.

Falsa sensación de control

Con frecuencia, los médicos suelen convencerse a sí mismos de que tienen sus síntomas bajo control o los subestiman, hasta que no pueden ocultarlo más. Especialmente dramático fue el caso de la psiquiatra londinense Daksha Emson. Padecía un trastorno bipolar que ocultó a sus colegas por miedo al estigma. Se encontraba en medio de una brillante carrera y le aterrorizaba las consecuencias que tendrían para ella si se descubría su enfermedad. Debido a ello, todo lo que hizo fue hacer consultas rápidas a ciertos compañeros en los pasillos del hospital.

Cuando Daksha dejó su medicación tras el nacimiento de su hija, sus delirios violentos y su obsesión con los espíritus malignos se desataron. En el año 2000, mató a su hija tras múltiples puñaladas "para protegerla del demonio" y, posteriormente, se prendió fuego a ella misma y a su hija. Daksha murió tres semanas más tarde en la unidad de quemados. El sistema de salud británico (NHS) fue acusado de cómplice por negligencia en este caso. Entre las recomendaciones para evitar que más sanitarios se vieran en esta situación, se propuso un código de conducta para combatir el estigma de los trastornos mentales entre el personal del NHS.

Otra de las grandes diferencias entre los médicos y la población general es cómo se enfrentan los primeros al final de la vida o cómo se planifican ante la enfermedad. Por un lado, son más proclives a realizar la declaración de voluntades anticipadas (testamento vital), documento por el cual se deciden las estrategias terapéuticas o la donación de órganos en caso de no poder comunicar su voluntad. Por otro lado, como se explica en el célebre artículo del Dr. Murray "Cómo mueren los médicos", los doctores conocen mucho mejor la futilidad de los tratamientos médicos en las enfermedades terminales y, como consecuencia, rechazan más a menudo estos tratamientos.

Por ejemplo, en un estudio publicado en la revista JAMA, se observó que era menos probable que los médicos murieran en el hospital, comparado con la población general, y durante los seis últimos meses de vida era menos probable que se les realizasen cirugías o que se les ingresara en la UCI. Ironías de la vida, cuando el fin de la vida se acerca, los médicos son uno de los colectivos de personas que más quieren alejarse voluntariamente de la medicina.

FUENTES: