viernes, 28 de abril de 2017

Conozcan a Christopher


Cuando un bebé nace con un grave defecto de nacimiento, el sitio donde es tratado puede significar literalmente la diferencia entre la vida y la muerte.

Joe y Holly DiRaffaele saben de primera mano lo crítico que es tener un hospital infantil de clase mundial como el que existe en Rhode Island y todos los días están agradecidos por el cuidado para salvar la vida que recibió su bebé en el Hasbro Children’s Hospital.

Cuando Holly estaba embarazada de seis meses con gemelos, una ecografía reveló que uno de los bebés tenía un defecto de nacimiento que amenazaba su vida llamado hernia diafragmática congénita. Debido a este defecto, su diafragma no se había formado completamente lo que hizo que los órganos abdominales emigraran hacia su cavidad torácica. Como resultado, sus pulmones no podían crecer.

Para que este pequeño gemelo sobreviviera cuando naciera, necesitaría un nivel de maestría y de tecnología que no existía en ningún otro lugar en Rhode Island con excepción del Hasbro Children’s Hospital.

Joe y Holly estaban aterrorizados de que pudieran perder a su pequeño hasta que conocieron al Dr. Christopher Muratore, Director del Programa de Oxigenación de Membrana Extracorpórea (ECMO) del Hasbro Children’s Hospital. Él, calmadamente, les explicó exactamente qué se haría para salvar su vida.

Tan pronto como Holly dio a luz a sus hijos gemelos (llamados Charlie y Christopher), el segundo niño fue intubado para ayudarle a respirar y permaneció en el hospital para ser supervisado por el Dr. Muratore. "Los pulmones del bebé eran pequeños y subdesarrollados y necesitábamos ayudarlo a respirar inmediatamente", dijo el Dr. Muratore. "Es un acto de equilibrio cuidadoso, controlando la presión entre el corazón y los pulmones para que ninguno de ellos esté trabajando excesivamente o se dañe. Existe el riesgo de insuficiencia cardíaca o de daño permanente en los pulmones".

Como el corazón y los pulmones de Christopher no podían mantenerse a la altura de las exigencias de su cuerpo, rápidamente fue trasladado al Hasbro Children’s Hospital para ser colocado en la ECMO. Esta tecnología la describe el Dr. Muratore como un "puente hacia la recuperación"; la ECMO toma la sangre del cuerpo, elimina el CO2, proporciona oxígeno y lo devuelve al bebé. De esta manera, el bebé no tiene que usar sus pulmones y éstos pueden descansar y recuperarse. También elimina los desencadenantes de la hipertensión pulmonar por lo que el corazón no tiene que trabajar tan duro. Simplemente late normalmente y se recupera también. Christopher permaneció en la ECMO durante siete días.

Finalmente, sus pulmones se volvieron lo suficientemente fuertes para la crítica cirugía que repararía la hernia diafragmática. Esta fue un éxito y Christopher comenzó a fortalecerse rápidamente. Tuvo que permanecer todavía en el Hasbro Children’s Hospital durante tres meses de monitoreo. Durante ese tiempo se reunió con su hermano gemelo, Charlie, para, finalmente, conocer a su hermano mayor, Nicholas.

"Christopher está muy bien. Nos encanta ese hospital. No hay manera de explicar el extraordinario vínculo que se desarrolló entre mi familia y el magnífico personal del Hasbro Children’s Hospital durante esos meses. El personal fue más allá de simplemente cuidar. Eran los mejores amigos que mi familia podría tener. Los amamos a todos, especialmente al Dr. Muratore cuyo nombre, Christopher, lleva el bebé", dijo Holly recientemente.


Una "baby party" para celebrar 18 años de bebés


Los bebés, niños y las familias del Atlanta Center for Reproductive Medicine (ACRM) tuvieron una baby party, junto con los médicos y el personal de ese centro de medicina dedicado a tratar la infertilidad, el día domingo 24 de abril del 2016 en Grant Park. Los asistentes disfrutaron de un hermoso clima, comida, actividades divertidas para los niños y celebraron el inicio de la Semana Nacional de Concientización sobre la Infertilidad. Tanto los pacientes del pasado como los médicos y el personal que trabajan en el ACRM compartieron sus pensamientos sobre el Baby Party y lo que el ACRM ha significado para ellos.

Bebés después de los cuarenta años

 Lili


 Nancy

Lilli, concebió a los 46 años:

Con una historia de seis abortos involuntarios, incluyendo tres después de los 40 años, Lilli y su marido no eran extraños a la pérdida. Ella abortó la última vez en su casa, para gran aflicción de su esposo y sus cuatro hijos vivos. Lo nombraron y tuvieron un funeral familiar privado. La probabilidad de que pudiese tener otro niño parecía sombría. Y, así, abrieron su hogar a dos hijos de crianza –hermanos-, uno de ellos con necesidades especiales.

Y, luego, esos niños adoptivos también dejaron su hogar, dejando otra sensación de vacío, otra herida, otra pérdida. Pocos días después, Lilli concibió en forma natural, sin la ayuda de tratamientos contra la infertilidad. Tenía 46 años. Era una alegría inesperada. Toda su familia empezaba a sanar.

No había escasez de preocupaciones médicas. Lilli tuvo que hacer frente a su sensibilidad al gluten y hacer grandes cambios en su dieta. Tenía que recuperarse rápidamente. Y funcionó: tuvo un embarazo relativamente tranquilo, un parto normal y un bebé sano, todo a los 46 años de edad.

Su hijo mayor tenía ya 14 años y se ocupaba de tomar selfies todo el tiempo, actuando como un adolescente egocéntrico. Cuando llegó el bebé, los selfies se ocuparon del nuevo niño. "El amor nunca se divide", dijo Lilli, "Sólo se multiplica".


Mary, concebió a los 44 años (dio a luz a los 45 años):

"Casi me muero con mi cuarto bebé debido a la hipertensión. Vi a un especialista, uno de los mejores doctores de Boston, y me dijo que nunca volviera a quedar embarazada, porque si lo hacía podría ser fatal para mí y para el bebé". Luego, descubrió que estaba embarazada a los 45 años "Mi médico me dijo que yo era la paciente más vieja en su práctica médica". Sin embargo, apoyó a Mary al cien por ciento y nunca la criticó por haberse vuelto a embarazar. Advirtió a Mary que le esperaban meses de descanso en cama pero, afortunadamente, sólo tuvo una semana de reposo antes de dar a luz a un bebé muy sano después de un trabajo de parto y de un parto fáciles.

"Lo asombroso fue que estaba muy saludable durante mi quinto embarazo. Tuve más problemas con mis otros embarazos cuando era más joven".

Mary tiene ahora 54 años y un niño de 8 años. "Estoy mucho más relajada ahora, como madre". Ella dice que no se siente muy vieja aunque si piensa en su edad ya que su hijo mayor tiene 24 años y ya es abuela. "Muchas mujeres de mi edad tienen muchos niños. Tener hijos me mantiene joven y activa. Estoy menos concentrada en mí mismo y soy menos egoísta."




Nancy, concibió a los 41 años:


Los amigos de Nancy realmente no creían que ella tenía infertilidad; tenía cuatro niños sanos. Sin embargo, no había concebido en casi 7 años a pesar de un matrimonio feliz y la ausencia de control de la natalidad. Y, entonces, a los 39 años, concibió a su quinto hijo en forma natural. Y de nuevo, para su deleite, concibió a su sexto hijo a los 41 años, también sin la ayuda del tratamiento de la infertilidad.

El esposo de Nancy, Mark, tenía 46 años cuando concibió a su sexto hijo. Nancy comenzó a calcular su edad cuando el bebé se gradúe de la escuela secundaria. "Ni siquiera vamos a hacer las cuentas", dijo Mark.

"Cada vez que iba al médico parecía que intentaban asustarme", dijo. Aunque Nancy apreciaba el cuidado y la preocupación de su médico, parecía que nadie comprendía su placer y las razones obvias por las que estaba dispuesta a aceptar todos estos riesgos médicos. Aparte de una presión arterial alta, su embarazo y el parto fueron saludables. Su bebé también.

Nancy es ahora madre de seis hijos de 19, 17, 12, 10, 3 y 1 año. ¿Qué es diferente ahora en comparación como cuando era una mamá de 20 años? "Estoy más cansada", dijo, pero tiene mucha ayuda de sus hijos mayores, que adoran al bebé.

La gente ha empezado a confundir a Nancy como la abuela de su bebé, especialmente cuando sale de compras con su hija de 19 años y el niño. Cuando ella aclaró su condición de madre, una cajera comentó: "Eso es peligroso." Nancy se pregunta si la gente sería tan crítica si éste fuera su primer hijo.

El mundo está lleno de críticas de las elecciones parentales de la gente, pero detrás de cada decisión difícil existe toda una historia.

FUENTE:


domingo, 23 de abril de 2017

Los "niños brujos"


Élysée tiene 12 años y vive en un centro para niños de la calle. Cuando su madre murió, fue entregada a su tía, que la acusó de brujería para librarse de ella. La llevó a una iglesia donde, a modo de exorcismo, fue torturada con una plancha


Por Fernando Goitia, Diario ABC de España



Primero se rompió la nevera; después me enfermé y el médico no supo qué me pasaba. Entonces se estropeó la picadora de carne, sufrí un accidente de coche y me di cuenta de que en casa desaparecía dinero. Fue ahí cuando supe lo que pasaba. Mis hijos son brujos».

La conclusión de Kalumbu puede resultar peregrina. Esta madre congoleña, sin embargo, no precisó reunir más pruebas para convencerse de que sus hijos, de 8 y 10 años, estaban poseídos por espíritus malignos. Se los llevó a un pastor pentecostal de Kinsasa y allí confirmó sus temores. «Sí -le dijo el religioso-. Son enfants sorciers». Es decir, niños brujos. Y así, Kalumbu los abandonó, para siempre, en las calles de una urbe de ocho millones de habitantes por la que deambulan 50.000 niños; una tercera parte de los cuales, según Médicos del Mundo, fueron expulsados de sus casas por ser niños brujos.

Miles de menores sufren idéntico destino en Nigeria, Gambia, Togo, Benín, Camerún, Sudáfrica, Angola, Ghana, Kenia, Sierra Leona, Tanzania… Países de fuerte tradición animista -a todos los problemas se les atribuye un origen espiritual- donde el brujo, el poseído, es el paradigma de la maldad y causa de todas las desgracias.

No hay figura más odiada y temida. Tanto que al acusado de brujería se le puede repudiar, torturar en truculentos y prolongados exorcismos -con reclusión, privación de alimentos o consumo de sustancias peligrosas- e incluso asesinar; muchas veces a manos de sus propios padres o familiares, como está ocurriendo de forma creciente con miles de niños africanos, según organizaciones como Unicef, Acnur, Save the Children o Human Rights Watch.

Hoy en día, la mitad de los africanos son niños, el 20 por ciento de los cuales, advierte Children International, presenta problemas de desarrollo físico producto de la desnutrición o trastornos como megaloencefalia, vientres inflamados, tuberculosis, autismo, síndrome de Down, albinismo, epilepsia…, ‘maldiciones’ que empujan a muchas familias a deshacerse de ellos. Acusarlos de ser niños brujos es la justificación perfecta.

 

Niños, los nuevos brujos


El fenómeno dirigido contra la infancia es reciente. Tradicionalmente, este tipo de imputaciones servía como excusa para librarse de ancianos, viudas y minusválidos -menos bocas que alimentar-; de albinos, estigmatizados en muchas comunidades; de familiares que sobresalen más de la cuenta -por pura envidia malsana-; o de parientes cuyos bienes y propiedades son objeto de codicia.

Dicho de otro modo, una acusación de brujería es un comodín que da carta verde para hacerle al acusado todo tipo de perrerías y convertirlo en un paria sin que nadie -ni policía ni autoridades- plantee la más mínima objeción. Así, ante la creciente precariedad, cada vez más familias que ven en sus pequeños una carga insostenible, o aquellas obligadas a acoger a hijos de parientes fallecidos, aprovechan esta vía para culparlos de todos sus males y echarlos de casa.

Así le ocurrió a Hope, un niño nigeriano que hoy tiene 4 años, convertido en icono de la lucha contra esta práctica por obra y gracia de las redes sociales. Su familia no pudo pagar el exorcismo y lo abandonó cuando tenía poco más de 2 años. Durante 8 meses, el pequeño sobrevivió en las calles de Eket, una ciudad del tamaño de Bilbao en el estado nigeriano de Akwa Ibom, hasta que una mujer danesa llamada Anja Ringgren apareció en su vida, el 30 de enero de 2016.

Ringgren, fundadora de African Children’s Aid Education and Development Foundation, lo recogió en la calle, famélico y desnudo, y lo trasladó a un hospital. Tras ser sometido a un tratamiento para eliminar los parásitos de su sistema digestivo y recibir transfusiones diarias para recuperar un nivel admisible de glóbulos rojos, la benefactora escandinava difundió la historia de Hope en Internet y, en apenas 2 días, la cuenta de su fundación, entregada a salvar a niños brujos abandonados, recibió un millón de coronas danesas (unos 134.000 euros).

Dos meses después, Ringgren subió a Facebook pruebas fotográficas de la mejoría de Hope. Y hace unas semanas, al año del rescate, lo mostró en su primer día de colegio, junto con otros niños del refugio que la entidad mantiene en Eket desde 2012.

 

Cualquier excusa sirve


Un año después, nadie sabe qué pudo haber provocado la acusación de brujería contra Hope, ya que él era muy pequeño y no se conoce a sus padres. El niño sufría de hipospadias, una anomalía congénita en el pene, de la que ya ha sido operado, que bien pudo haber servido para demostrar sus ‘malignos’ poderes.

El abanico de excusas es amplio: una muerte o una enfermedad en la familia son las más comunes, pero también sirven la pérdida del empleo o de la cosecha, repetidas aunque pequeñas desgracias e incluso una pesadilla de mal agüero soñada por alguien de la familia.

Los que sobreviven cuentan historias como la de Armand, de 8 años. En su barrio, nadie se acercaba a él desde que una vieja radio se rompió en plena retransmisión de un partido de fútbol. «Mi padre empezó a pegarme y dijo que era un niño brujo y que había querido vengarme de él porque me pegaba. Días después desaparecieron unas gallinas y me acusaron de haber traído una maldición a casa». Hoy, Armand vive en la calle, roba y duerme entre los puestos de un mercado.

Idéntico destino corrió Chist, de 7 años, cuando su padre se quedó sin empleo. «Me torturó para obligarme a confesar que le había lanzado una maldición». Cesar, de 10 años, fue acusado por su padrastro. «Mi padre se fue. El nuevo hombre de mi madre dijo que yo era brujo y me echaron». A Rudelle, de 12, sus padres la llamaron ‘niña bruja’ tantas veces que está convencida de serlo: «Todas las noches, mi alma se separa del cuerpo y entra un perro malvado que muerde y mata sin piedad».

 

Interiorizar el mal


La mayoría de los niños repudiados, de hecho, llega a creerse que son brujos. Están asustados, han sido rechazados, son inocentes y cuentan historias para no dormir. Como la de Bénie, de 13 años, toda una vida asumiendo su condición de bruja y al servicio hoy de la Iglesia kimbanguista, culto cristiano con 17 millones de fieles en toda África y sede en Kinsasa. «A los 6 años fui ‘inducida’ por mi tío. A los 9, los brujos hicieron de mí una sirena. Después maté a un ministro kimbanguista y, tras haber sido ‘inducida’ por Lucifer, me convertí en su esposa y tuvimos dos hijos. De una persona solo necesitamos su sangre. Lanzamos su cuerpo lejos». El relato de Bénie prosigue; inconexo, delirante -«al embrujar utilizo mis ojos», añade-, es la devastación interior con apenas 13 años.

Los niños acogidos en refugios como el de Anja Ringgren, o el centro Don Bosco de los salesianos en Togo, corren mejor suerte que Bénie. Allí comienzan el proceso de ‘desintoxicación’, que como primer paso aspira a convencerlos de que ni están poseídos ni tienen la culpa de los males de nadie. Algo que puede llevar años.

«El impacto de estas acusaciones en los niños es inmenso -señala un informe de las Misiones Salesianas-. Si no son tratados y reinsertados, pueden sufrir problemas de aprendizaje, aislamiento social, agresividad, depresión, estrés postraumático, ansiedad, trastornos de la personalidad y repetir conductas violentas reflejo de las vividas». Conclusiones a las que la cooperante danesa añade: «Cuando los niños son torturados, sufren abusos y se los echa de casa, el trauma es tan terrible que cargarán siempre con él. Ser rechazado de ese modo por tu propia familia debe de ser el sentimiento más devastador que un niño puede experimentar. Por mucho que nos esforcemos, nunca imaginaremos siquiera cómo se sienten».

Para Ringgren, «la educación es la clave en esta lucha contra la superstición, los exorcismos y la magia negra de los pastores y los santeros, pero hay que trabajar también en niveles superiores». Idea que comparte el informe de los salesianos que subraya, entre otras recomendaciones, la necesidad de modificar las leyes -en Togo, la pena por maltratar a un menor consiste en 7 días de trabajo comunitario- para que la acusación por brujería sea agravante de un delito de violencia contra la infancia.

Tarea, en todo caso, muy compleja, ya que la brujería forma parte de unas creencias y supersticiones ancestrales, como revela un episodio -denunciado en su día por Amnistía Internacional- ocurrido en Gambia en 2009. Más de mil personas sospechosas de brujería fueron encerradas entonces en lugares secretos y obligadas a ingerir pociones alucinógenas tras la muerte de la tía del entonces presidente Yahya Jammeh, un déspota desalojado del poder el pasado enero, convencido de que la brujería había sido la causante de su pérdida.