viernes, 12 de mayo de 2017

La historia de Jenny





Soy Jenny, vivo en el Reino Unido, soy originaria de las afueras de Manchester pero ahora vivo en Hertfordshire cerca de Londres. Sufrí una embolia de líquido amniótico en abril de 2016 cuando tenía 33 años y esta es mi historia.

Después de que finalmente quedé embarazada mi pareja y yo estábamos tan emocionados. Era mi primer embarazo, aunque él tiene un hijo de una relación anterior.

Mi embarazo iba muy bien. En la ecografía de las 20 semanas supimos que era una niña y no podríamos haber estado más contentos.

En la semana 32 desarrollé colestasis obstétrica. Tuve molestias por un tiempo hasta que la medicación comenzó a ayudar. Debido a que empecé a sangrar me hicieron controles dos veces por semana y tomé un mes de licencia por enfermedad antes de que mi licencia de maternidad comenzase. Durante este tiempo tuve algunas contracciones y, por esto más la colestasis, los médicos decidieron inducir mi trabajo de parto a las 38 semanas aunque mis niveles de bilirrubinas y las otras pruebas hepáticas fueron normales.

Mi pareja y yo fuimos al Hospital a las 8:00 am de un lunes y, después de esperar toda la mañana, finalmente comenzó el proceso de inducción. Después de un tiempo y de muchos paseos alrededor de los terrenos del Hospital, alrededor de las 2:00 de la mañana del miércoles por fin se inició la labor y nos trasladamos a la sala de partos.

Las cosas progresaron muy lentamente y hacia las 4:50 am, la comadrona comprobó que mi cuello uterino solo tenía una dilatación de 4 cm y tomó la decisión de romper las membranas lo que me pareció insoportablemente doloroso. Entonces todo empezó a salir mal.

En ese momento no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo y me sentía aterrorizada. El dolor pasó de ser completamente manejable a horriblemente insoportable en cuestión de segundos. Al minuto siguiente de presionar el botón de emergencia, había muchos médicos, consultores y matronas en la habitación y me dijeron que necesitaba calmarme porque mi bebé estaba en apuros -su latido cardiaco era peligrosamente bajo y no se recuperaba-. ¡Nada como oír esas palabras para traerte de vuelta a la habitación y concentrarte!

Me llevaron a la sala de operaciones para una cesárea de emergencia pero, ya en la mesa de operaciones y mientras se estaban haciendo los preparativos, grité que sentía pujos, comprobaron que había dilatado a 10 cm y que mi bebé estaba coronando: había pasado de 4 a 10 cm en cuestión de minutos lo que explicaba el dolor horrible que sentía.

Se apresuraron en llevarme a la sala de partos pero mi hija nació vaginalmente, en la mesa de operaciones, a las 5:42 am. Se asfixió gravemente por falta de oxígeno. La vi por sólo una fracción de segundo, ya que rápidamente la llevaron al otro lado de la habitación para conseguir que respirase correctamente. Fue horrible ser testigo de aquello sin poder hacer nada. Una vez que consiguieron que respirase bien, la llevaron a la sala de neonatos y nos informaron que la trasladarían a otro Hospital de Londres equipado para el tratamiento de enfriamiento cerebral una vez que la hubieran estabilizado.

Mientras todo esto sucedía con mi hija, la placenta había salido, me habían suturado y llevado a mi habitación. En cuestión de minutos comencé a sentir que algo estaba mal, no me sentía bien, sangraba mucho y vomité con estrías de sangre. Mi pareja se apresuró en llamar a la partera estudiante que llamó a la titular y ella rápidamente a los médicos y consultores. Confirmaron que mi útero no se contraía y me llevaron directamente a la sala de operaciones; me sentía muy débil, asustada y desorientada. Me practicaron una anestesia peridural y los consultores trataron de averiguar de dónde procedía la hemorragia vaginal. Poco después, comencé a sentirme muy ansiosa, extremadamente agitada y mi respiración se hizo poco profunda. Le dije a mi compañero: "Me siento somnolienta pero tengo miedo de que si me duermo no me despierte". Esto es lo último que recuerdo porque se tomó la decisión de darme anestesia general.

Me desperté muchas horas más tarde en Cuidados Intensivos y la primera cosa que recuerdo haber pensado fue "¡Oh, Dios mío, estoy viva!" Me sentía brumada de alivio pero también muy confundida en cuanto a lo que me sucedió y en lo que estaba sucediendo a mi alrededor.

Una vez que me estabilicé, mi pareja pudo verme. Trajo un par de fotografías de nuestra hija tomadas justo antes de que la transfirieran al otro Hospital y me dijo que toda mi familia había viajado a Londres desde Manchester para estar conmigo. En ese momento no creo haber comprendido la gravedad de todo, pero estaba agradecida de que vinieran.

Durante mi estancia en Cuidados Intensivos no tuve explicaciones y eso me confundía. Eso fue hasta que el encargado de recibir a mi bebé llegó para hacerme una visita personal. Él no podía creer que nadie me hubiera informado de lo que había sucedido y esa fue la primera vez que se mencionó acerca de una posible embolia de líquido amniótico.

Al parecer, me hicieron una laparotomía y los cirujanos intentaron de todo para detener el sangrado pero nada funcionaba, hicieron suturas, pusieron un balón pero la hemorragia continuaba; el paso final era la embolización de la arteria lo que afortunadamente funcionó y evitó que me practiquen una histerectomía por lo que estaré eternamente agradecida. Había perdido 5,5 litros de sangre y requerí muchas transfusiones de sangre, plasma y plaquetas. Me dijeron que tuve mucha suerte de estar viva. En ese momento, las palabras “embolia”, “amniótico” no significaban nada para mí, pero estaba muy agradecida a todo el personal médico que me había salvado la vida.

Pasé unos difíciles días hospitalizada. Mi compañero visitó a nuestra hija en el otro Hospital todos los días y venía a verme después para darme actualizaciones. Ella recibió un tratamiento de enfriamiento debido a la falta de oxígeno que sufrió durante el parto y estaba completamente sedada pero estaba bien. Lloré incontrolablemente todos los días y mi corazón se resentía por no poder ver o sostener a mi bebé, pero aún estaba demasiado frágil como para desplazarme. Eventualmente me las arreglé para convencer a mis médicos de que me permitieran ser transferida al Hospital donde estaba mi hija. Tenía 4 días de edad cuando la vi por primera vez, pequeña y vulnerable en su incubadora, conectada a todo tipo de máquinas. Estaba tan débil y anémica luego de la cirugía y las transfusiones que tuve que ser ayudada para poder verla y permanecía con ella no más de media hora, pero cada segundo valía la pena.

Una vez que nuestra hija egresó de Cuidados Intensivos Neonatales, la resonancia magnética confirmó que no había daño cerebral. Mi hija y yo nos recuperamos muy rápidamente y fuimos a casa después de sólo 10 días. Ahí fue cuando tratamos de recapitular lo que había sucedido y empezamos a disfrutar de ser mamá y papá.

Empecé a leer un poco sobre la embolia de líquido amniótico pero no creía que eso me había sucedido, así que lo deseché por completo. Estaba convencida de que mis membranas no se habían roto y culpé al Hospital por la hemorragia masiva.

Cuatro meses después recibí una llamada telefónica del Gerente de Gobernabilidad de Calidad del Hospital que me informó que se había confirmado mi caso como una embolia de líquido amniótico; sus palabras fueron: "Me estremezco cada vez que leo su Historia Clínica". Luego de esta llamada comencé a investigar con más profundidad, lo que me arrastró a un estado de confusión emocional total en el que tenía flashes diarios, horribles pensamientos y me sentía inmersa en un círculo vicioso de emociones oscuras con muchas preguntas sin respuestas. Tenía una infección en la herida quirúrgica, estaba débil, con anemia y me sentía completamente desconectada de mi bebé. No fue sino hasta que la niña tuvo alrededor de 9 ó10 semanas de edad que empecé a sentir que era realmente mía. No estoy segura de que alguna vez supere el malestar de esas primeras semanas y la inmensa culpa que siento por no haber estado allí emocionalmente para ella cuando llegó por primera vez a casa.

El informe del Hospital me ayudó enormemente. Todo me fue explicado en detalle. Resulta que desarrollé una coagulopatía de consumo e hipotensión, junto con otros factores inexplicables, es decir mucho más que una hemorragia y, por un proceso de eliminación, se terminó confirmando la embolia de líquido amniótico.

Me siento aliviada al poder decir que sé lo que pasó y que ya no siento que alguien tenga la culpa. ¡Era un caso impredecible y muy desafortunado! Me encantaría ciertamente que se hiciera más investigación sobre si los oxitócicos y/o la inducción del trabajo de parto están vinculados a estos casos y si cualquiera de esas cosas podría haber sido un factor contribuyente.

Los flashbacks, pensamientos y sentimientos horribles han disminuido, sin embargo creo que si vamos a decidir que nos gustaría tener otro bebé en el futuro necesitaré ayuda profesional. No estoy segura de que mi pareja o yo lo haríamos bien durante otro embarazo, pero hasta que llegue ese momento, si alguna vez ocurre, nos negamos a preocuparnos.

Ha sido un año terrible, pero finalmente encontré el coraje de unirme al grupo de apoyo de la Fundación de Embolia de Líquido Amniótico. Estoy tan contenta de haberlo hecho ahora. Ha sido de gran ayuda y apoyo.

El primer cumpleaños de mi hija me recuerda lo agradecida que estoy con el increíble equipo médico que estuvo de guardia ese día y que salvó las vidas tanto de mí como de mi hermosa hija. Este primer cumpleaños significa mucho más de lo que podríamos haber imaginado.