martes, 23 de junio de 2009

Cuadro de José Pérez: El Pediatra (bueno, en este caso, la Pediatra)

Un tema difícil, pero que requiere un debate abierto

EL TEMOR A HABLAR DEL ABORTO

¿POR QUÉ LOS POLÍTICOS EN CAMPAÑA PREFIEREN EVITAR EL TEMA?
SE HA DEMOSTRADO QUE SU LEGALIZACIÓN ACABA CON LA MUERTE DE LAS MADRES

Por: Matías Loewy

Newsweek, 21 de junio de 2009, 34-37p.

Tomaba precauciones, y muchas: todos los días, se transportaba en un auto blindado. Usaba chaleco antibalas debajo del guardapolvo. En su clínica había detectores de armas y guardaespaldas. Para George Tiller, un médico de Kansas, lo que consideraba su deber era un destino ineludible escrito con sangre. Los opositores ventilaban en internet todos sus movimientos; los nombres y fotos de su familia, amigos, socios y pacientes; el lugar donde vivía; los restaurantes en los que comía; la iglesia luterana de Wichita a donde iba todos los domingos.
En el interior de esa iglesia, el pasado domingo 31 de mayo, un hombre se acercó con sigilo a Tiller para cumplir lo que creía su "deber". Lo mató con un balazo en la cabeza. Las razones no son difíciles de imaginar: Tiller era uno de los pocos médicos de EE UU que reconocían realizar abortos legales después de la semana 21 de embarazo (en su historial sumaba más de 60,000 procedimientos de todo tipo), por lo cual se había transformado en el objeto de la furia de los movimientos "pro-vida", que lo tildaban de "asesino en serie". Muchos de los activistas celebraron el homicidio en foros en el ciberespacio, aunque formalmente lo condenaran. "Fue una barbarie... ¡en pleno siglo XXI! Los que creen que el aborto es un asesinato, acaban por sentirse justificados cuando matan a alguien", protesta en diálogo con Newsweek Carmen Barroso, una socióloga brasileña doctorada en la Universidad de Columbia que dirige la filial regional de la Federación Internacional de Planificación de la Familia (IPPF, por sus siglas en inglés), con sede en Londres. "Espero que semejantes niveles de violencia no pasen nunca acá". Cuando dice "acá", Barroso habla de Argentina, pero también de la región. La especialista vino esta semana a Buenos Aires para participar en un foro donde presentó, por primera vez en América Latina, una declaración de la IPPF sobre los derechos sexuales. El documento tiene 10 artículos que promueven desde el acceso a servicios de salud reproductiva hasta el respeto del secreto profesional y la atención médica sin consentimiento de los padres.
Y también el derecho al aborto seguro, en tres líneas del noveno artículo. Para sus detractores, la IPPF es la mayor organización pro abortista en el mundo, una especie de cabildero multinacional financiado por los países desarrollados para controlar el crecimiento poblacional. Pero Barroso aclara que nadie quiere estimular el procedimiento, sino la posibilidad de que sea una opción cuando hayan fallado la educación sexual y los métodos anticonceptivos. Un argumento de ella es que en los países que legalizaron la interrupción del embarazo, no aumentaron los abortos ni la promiscuidad, pero sí disminuyeron las muertes maternas, como ocurrió en la ciudad de México, donde en 2007 se legalizó la interrupción del embarazo máximo en la semana 12 de gestación.
El problema es que los embarazos no deseados ocurren. Las organizaciones que defienden los derechos reproductivos, e incluso el ex ministro de Salud de Argentina, Ginés González García, reiteran desde hace años que en el país se practican unos 500 mil abortos clandestinos cada año, muchas veces en condiciones de alto riesgo sanitario. Decenas de miles de mujeres son internadas por complicaciones. Los registros oficiales indican que todos los años mueren en promedio 100 jóvenes en todo el país, por complicaciones post-aborto, aunque se estima que la cifra real es mayor. En ese sentido, las muertes por abortos, la segunda causa de mortalidad materna, podrían compararse con las de mujeres menores de 44 años que fallecen como consecuencia de la inseguridad: cerca de 150 fueron víctimas de homicidios dolosos durante 2007, según datos de la Dirección de Política Criminal del Ministerio del Interior de Argentina.
Pero, por supuesto, el aborto no es un tema central de las actuales campañas electorales. Nadie quiere mover el avispero en un tema tan rechazado por la Iglesia y los sectores conservadores, en el que cualquier toma decidida de posición puede restar más votos que sumarlos. Para el papa Benedicto XVI, "el aborto no puede ser un derecho humano, es totalmente opuesto. Es una gran herida en la sociedad", ha sentenciado en diversas ocasiones.
Carlos Ray, ex profesor de Medicina Legal de la Universidad Católica Argentina y ex vicedecano de la Facultad de Medicina de la UBA, se queja de que pocas veces se hace explícito que por cada mujer que fallece debido a un aborto, también muere un niño. "(El embrión) es una persona humana con toda la dignidad que le corresponde, por su cuerpo, su alma y su destino trascendente. Ya sea que mida milésimas de milímetros, o que se trate de un feto de varios centímetros de largo", puntualiza. Ray, miembro de honor del Consorcio de Médicos Católicos, agrega que el acto se denomina "interrupción del embarazo", cuando en realidad lo que está haciendo es "matar a una persona".
No resulta extraño que bajo semejante retórica, la prédica contra el aborto se extienda a aquellos pocos casos que la legislación argentina, y de la mayoría de los países, autoriza: cuando se trata de embarazos producto de violación en una mujer idiota o demente, o cuando está en juego la vida de la madre. El mes pasado, la Cámara en lo Criminal de Viedma, Río Negro, avaló la interrupción del embarazo en una nena de 13 años que había sido violada. La Vicaría de la Fraternidad del obispado de Viedma reaccionó indignada: "¿Dónde estamos como sociedad frente a tantos niños cuyos derechos son vulnerados? ¿Nadie se da cuenta? ¿Nadie ve?". La ONG católica Fundación Argentina del Mañana, por su parte, emitió un comunicado en el que recuerda que el "homicidio intrauterino reapareció en Occidente por mano de los legisladores del socialismo soviético y del socialismo nacional alemán, como precursor diabólico de los millones de muertos en los genocidios". El documento agrega que la inocente e indefensa persona en el vientre materno es digna de conmiseración y apoyo, y advierte que nuestra patria podría entrar "en una vorágine de pecados que gritan al cielo y claman a Dios por venganza".
A Barroso, esa música le suena conocida. Escuchó y leyó muchas veces argumentos similares, esa verba inflamada, esa indignación moral. El problema, señala con un aire entre resignado y provocador, es que un Estado laico debería respetar las distintas creencias, y nadie debería imponer la mirada de la Iglesia a otros que no comparten esa visión. De hecho, asegura, en tiempos de Tomás de Aquino la Iglesia consideraba que la vida empezaba a los 40 días de gestación. "Qué es vida y qué no, siempre estará sujeto a interpretaciones ideológicas", sostiene Barroso.
En México, esa discusión legal la resolvió la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pues el gobierno del presidente conservador Felipe Calderón presentó ante esa instancia un recurso de inconstitucionalidad de la reforma que legalizó en la capital mexicana la interrupción del embarazo. Al resolver la Corte que se permitiría el aborto hasta la semana 12 de gestación, implícitamente estableció que, legalmente, la vida para el producto comienza entrada la decimotercera semana de embarazo.
Cuando Barack Obama se lanzó a la campaña presidencial, tuvo que definir su posición con relación al aborto. Y lo hizo al estilo demócrata: respeto al derecho de la madre a decidir, pero con impulso a las políticas de educación sexual y apoyo a las madres que decidan dar a luz con el fin de que el aborto, "seguro, legal e inusual", como decía Bill Clinton, resulte ser la última opción.
En EE UU las opiniones están divididas. La última encuesta de Gallup reveló que, por primera vez en 15 años, los detractores del aborto (51%) superan a los partidarios de la libre elección (42%). En mayo pasado, dos semanas antes del homicidio de Tiller, Obama reafirmósu postura intermedia en la principal universidad católica de Estados Unidos, la de Notre Dame, en Indiana, mientras cientos de opositores al aborto vociferaban con pancartas afuera del recinto. Con palabras pensadas y medidas, el Presidente propuso fumar la pipa de la paz: que ambas partes en el debate, aunque defiendan posiciones irreconciliables, dejen de demonizarse entre sí.
En las campañas presidenciales de México, en 2006, tampoco los candidatos se pronunciaron de manera sutil con respecto del aborto. El hoy presidente Calderón se limitaba a decir: "Nosotros siempre vamos a defender la vida", pero nunca hizo una expresión de "rechazo absoluto" al aborto. En el caso del izquierdista Andrés Manuel López Obrador, siempre se excusó en la frase: "Yo voy a estar con lo que diga la ley".
En Argentina, los candidatos manifiestan su rechazo, aunque en voz baja para no irritar a los votantes que puedan estar de acuerdo, o entre líneas dejan ver una posición ambigua, para evitar pronunciarse de manera tajante sobre la cuestión. Quizás sea el último gran tabú de la política argentina, el que la mayoría de los partidos prefiere no tocar en el debate electoral. O al que, en todo caso, se relega al limbo de aquellos grandes temas sobre los que habría que debatir.
"Siempre me definí contra el aborto", aseguró Cristina Fernández de Kirchner en 2005, cuando era senadora, "porque soy católica, pero también debido a profundas convicciones". En 2007, ya como candidata a la presidencia, bajó el tono: "No creo que los que abogan por la despenalización del aborto estén a favor del aborto: eso sería una simplificación", dijo. Y calló para siempre.
En la misma línea, el candidato oficialista Daniel Scioli, fiel a su pragmatismo, prefiere no pronunciarse porque sabe que ese es un tema del que ningún político sale bien parado. Pero, a través de su ministro de Salud, Claudio Zin, confirma su posición: "Éste es un Gobierno pro-vida y enemigo del aborto". Nacha Guevara, del Frente para la Victoria, hace equilibrio y arriesga: habría que analizar con mucha seriedad las circunstancias y luego de evaluar todas las alternativas, "en ultimísima instancia", aceptar la decisión de la joven con un embarazo no deseado.
Francisco de Narváez se manifiesta en contra del aborto, aunque en su afán proselitista últimamente agregó en su discurso: "salvo en casos extremos", lo que deja más o menos conformes a todos.
Las posiciones en el seno del Acuerdo Cívico y Social, empezando por el catolicismo activo de Elisa Garrió, son disímiles y contradictorias. Margarita Stolbizer prefiere poner el foco en la educación sexual integral y la aplicación efectiva del artículo del código penal sobre abortos no punibles, aunque reconoce que "nadie se hace gustosa un aborto. Las mujeres que lo practican están en una situación extrema, y nadie puede ir preso por eso".
Quien sí se expresa con entusiasmo a favor de legalizar el aborto es la candidata a diputada nacional por la ciudad, Vilma Ripoll, del MST-Nueva Izquierda. Ripoll explica que es enfermera desde hace 20 años y que trabaja en obstetricia, que en el país se producen tantos abortos como partos, y que es un problema de salud pública. "En España bajaron los casos de aborto de 200,000 a 90,000 desde que se despenalizó. Y la mortalidad materna, que era de 300 mujeres por año, ahora es cero", justifica.
Barroso, de la IPPF, entiende que la mayoría de los políticos prefiere ignorar los temas incómodos para no comprometer sus posibilidades electorales. Por otra parte, los candidatos interpretan que la gente tiene otras prioridades, más allá de que las encuestas puedan evidenciar una creciente actitud positiva hacia la despenalización más amplia del aborto.
"¡Por supuesto que me molesta el silencio y la ambigüedad de los candidatos!", protesta el médico Fernando Saraví, profesor de Física Biológica en la Universidad Nacional de Cuyo. "Preferiría que cada candidato hiciera explícita su postura, ya sea que coincida con la mía o no. Es una cuestión de elemental honestidad y seriedad". Saraví, que también es pastor evangélico, es un científico prestigioso y uno de los críticos más lúcidos del aborto. En marzo pasado, se enojó con el ministro de Ciencia, Lino Barañao, cuando señaló que sostener que el embrión es un ser humano "es como sostener una visión pre-copernicana del mundo en pleno siglo XXI". Le respondió con una carta, publicada en diarios de Mendoza, citando dictámenes de genetistas y textos de manuales de biología celular y embriología. "Desde el punto de vista biológico la vida comienza con la concepción porque es la etapa más temprana en la que queda conformado un nuevo y único genoma que caracteriza a un ser humano hasta su muerte", subraya.
Sin embargo, Saraví es consciente de que no todos van a estar de acuerdo, y que la definición sobre el origen de la vida y el trasfondo ético de la interrupción del embarazo admite también componentes ideológicos y políticos que exceden la mera consideración científica. Durante el foro del IPPF, hace unos días, en un hotel porteño, la brasileña Barroso compartió una conferencia de prensa con la ginecóloga Silvia Oizerovich, coordinadora del programa de Salud Sexual y Reproductiva del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Oizerovich habló con entusiasmo de la entrega gratuita de anticonceptivos en hospitales, de los médicos que atienden jóvenes sin exigir la presencia de los padres, de su deseo de que haya en todas las guardias la "píldora del día después". Pero cuando la consultaron sobre el aborto, respondió con un suspiro: "Ése es un tema urticante". Pero que haya compartido una mesa con Barroso, aún cuando su jefe, Mauricio Macri, se pronunció en contra de la despenalización, quizás sea un buena señal: que los temas, por más tabú que sean, pueden discutirse de un modo más civilizado que las amenazas de excomulgación de la Iglesia.