sábado, 18 de octubre de 2014

"Sangre"

Imagen de Frank Weilbauer en un homenaje que, junto con otros médicos, hizo la Academia Ecuatoriana de Medicina el 17 de noviembre del 2012.


Sangre.

Artículo de Opinión de Pablo Cuvi publicado el 18 de octubre en Diario EL COMERCIO de Quito.



El título no puede ser más simple, pero sugiere cosas muy graves porque la sangre tiene mala prensa al hallarse ligada a noticias de guerras, accidentes y asesinatos. Sin embargo, es el fluido esencial de la vida humana, un milagro rojo e incesante que conoce mejor que nadie el doctor Frank Weilbauer, quien empezó a estudiar a fondo la sangre desde que marchó a especializarse en Alemania a fines de los años cincuenta, y a sus 84 años muy bien trajinados continúa atendiendo pacientes en su consultorio, es el jugador de tenis más antiguo de El Condado, aún pasea por las montañas y es una enciclopedia viviente no solo de su especialidad, la hematología, sino del mundo de la medicina criolla.

No hay galeno quiteño que no haya oído o aprendido algo del dinámico patriarca.

De origen judío, también los Weilbauer llegaron a Quito escapando del nazismo en vísperas de la II Guerra Mundial. Luego de pasar por diversos colegios, Frank ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad Central en 1949, un año después de que el doctor Benjamin Wandemberg creara aquí el Banco de Sangre que tantas vidas ha salvado.

Oírle contar las anécdotas de sus tiempos de estudiante universitario −cuando la facultad y el hospital del Seguro Social, donde hiciera el internado, funcionaban todavía en el Centro Histórico− es recuperar la memoria de ese Quito que despertaba tímidamente a la modernidad y asistía, en el campo médico, a la llegada de drogas tan milagrosas como la penicilina y la cortisona, mientras la escuela norteamericana desplazaba a la tradición francesa en los medios académicos. Luego de los estudios y prácticas clínicas, primero en Múnich, luego en Boston, el joven doctor Weilbauer volvió a su país (porque siempre se sintió tan ecuatoriano como el que más) trayendo una especialidad que no existía acá: la hematología, es decir, el estudio de las enfermedades de la sangre. Era tal la necesidad de conocer la novedad científica que le tuvieron dando conferencias y seminarios por todo el Ecuador un par de años hasta que arrancó con su cátedra en la Facultad de Medicina y, luego de pasar un lapso en el Hospital Militar, inauguró el Servicio de Hematología de la Cruz Roja en 1967.

Desde entonces fue el abanderado, entre otras causas, de las donaciones voluntarias, al tiempo que iniciaba el tratamiento de la leucemia, sobre todo infantil, y se convertía en el principal referente del tema.

Eso lo corrobora una larga lista de publicaciones y medallas, pero quizás lo más importante de charlar con él sea que nos devuelve la confianza en el trabajo sacrificado de estos médicos e investigadores que se pasan la vida combatiendo a la muerte pero les toca aguantar la incomprensión, no solo de las autoridades sino de algunos pacientes y familiares guiados por esa creencia que ironizaba un doctor de mi infancia: “Si se muere, lo mató el médico, pero si se salva, lo salvó el Divino Niño”.

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