sábado, 20 de diciembre de 2014

“¿Comeré hoy?”

Ruziya, foto de Iñaki Alegría

El día que llegó a urgencias y el día que se marchó los recordaré el resto de mi vida. En el primero se me heló el corazón y el hielo entró en lo más profundo de mi alma, pero se fue fundiendo hasta arder y convertirse en llama de luz. Aún no lo sabía, pero Ruziya iluminó mi vida haciendo que ingresara en mí la semilla de esa luz que estaba germinando sin ser realmente del todo consciente.

Tenía dos años y un mes de vida, pesaba seis kilos y 100 gramos de peso y medía 76 centímetros. Su perímetro braquial era de nueve centímetros. Su peso correspondía a menos del 60% del que debería tener para su edad y longitud según las tablas de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Llegó a urgencias en brazos de la joven Abusha, su madre (que no debía tener más de 16 años), porque no tenía fuerzas para sostenerse en pie.

Estas son las medidas antropométricas y las cifras de una pequeña niña muriendo en vida, literalmente de hambre. Ante mi atónita mirada se presentó un pequeño esqueleto recubierto de fina y quebradiza piel que transparentaba cada uno de los huesos. Se podían contar, sin ningún tipo de problema, cada una de las costillas y seguir cada uno de sus perfiles óseos sin perder en ningún momento su contacto debido a la inexistente capa de grasa. Una triste, inocente y hundida mirada no entendía nada. Unos palillos de hueso sin músculo ni grasa a modo de piernas que no podían sostener ni los escasos kilos de peso del cuerpo. La niña no podía pararse ni andar. Yacía en la cama. Postrada, con tan sólo los brazos y manos capaces de desafiar la gravedad.

Más de 800 millones de personas en el mundo no pueden cubrir sus necesidades alimentarias. En otras palabras, el doble de la población que habita la Unión Europea. La desnutrición es una emergencia, no sólo silenciosa sino, también y con frecuencia, invisible. Todos los años, 12 millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años por enfermedades que en los países desarrollados son completamente prevenibles y controladas. 

La OMS calcula que más de la mitad de toda la mortalidad infantil se debe a problemas relacionados con la desnutrición. Una cifra que no tiene precedentes en la historia de las enfermedades.

En Etiopía, desde 1960, la producción agrícola ha ido disminuyendo sin llegar a alcanzar los requerimientos mínimos para la población. El crecimiento anual de la población es sobre el 2,7%, con una tasa de fertilidad sobre 5,4 hijos por mujer, mientras que el crecimiento anual de la producción agrícola es del 2,4%. El agujero entre la población y la producción agrícola no sólo no está disminuyendo sino que cada vez es mayor. Son cifras escandalosas, pero parecemos inmunes a ellas. Nos hemos creado una armadura de hierro.

En este momento, no es el niño que cada segundo muere de hambre en el mundo, ahora es Ruziya, es Firaol, es Abdelkarim... Una vez que se les ha puesto un nombre propio, que se les da una mirada y una historia personal a los niños y niñas que mueren de hambre no puedo permanecer indiferente.

Ruziya ingresó en el hospital de Gambo, donde empezó su protocolo de re-nutrición para los casos de malnutrición severa. Después de 26 días con sus noches, al fin Ruziya pudo marcharse del hospital con un cuerpo renovado, con una nueva vida. Al salir pesaba siete kilos y 800 gramos, medía 76,5 centímetros de longitud y su perímetro braquial era de 11 centímetros. El peso correspondía ya al 80% de lo que debería tener.

Pero, sobre todo, tenía una mirada que transmitía alegría y esperanza. Una sonrisa que enamora. Un caminar desenvuelto. Una niña que vuelve a ser niña o, mejor dicho, que es niña por primera vez. Una niña que quiere jugar cómo cualquiera a su edad. Que piensa en jugar y no en comer. Que al fin ha cubierto la necesidad básica de la alimentación. Ahora ya puede volver a ser niña y recuperar la infancia robada.

Día a día visitaba a Ruziya y a su madre, Abusha. Día a día me iba ganando su confianza. Los primeros días se encontraba postrada en la cama, con miedo y sin fuerzas para sostenerse en pie. Cuando le dimos el alta, salió corriendo y saltando del hospital, ante la sonrisa de su madre. Fue realmente milagroso. En ese mes se transformó y transformó mi alma. La vi renacer porque jamás tenía que haber llegado a ingresar pues no tenía ninguna enfermedad, tan sólo precisaba comida.

Y no nos olvidemos de la otra gran parte de tristeza que también ahora se ha transformado en gran alegría: su madre. Una joven, muy joven, en realidad, adolescente de no más de 16 años, que llegó con una hundida mirada que se hundió mucho más al percibir la gravedad de la situación de su hija, dejando entrever algunas lágrimas. Ahora, tras 26 días en el hospital, se marcha llena de felicidad, encantada con el trato recibido y dejándonos un fuerte y caluroso abrazo y muestras de agradecimiento. Con un rostro alegre de volver a vivir, o mejor dicho, de vivir por vez primera.

No hay escasez de comida en el mundo, hay escasez de justicia.


Artículo de Iñaki Alegría, Pediatra que labora en Gambo, Etiopía, modificado (levemente) de Diario el País, España, 17 de diciembre del 2014


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