jueves, 10 de abril de 2014

"Te quiero tanto"



Por TODD PITMAN, Associated Press

16 de noviembre de 2013.

TACLOBAN, Filipinas - Althea Mustacisa nació el día miércoles 6 de noviembre de 2013, justo luego de la llegada del tifón Haiyan (conocido también como supertifón Haiyan) que arrasó el este de Filipinas y ha sido el más mortífero de toda su historia, habiendo matado a aproximadamente 6.200 personas sólo en el este del país. El 7 de noviembre de 2013, la Agencia Meteorológica del Japón pudo medir sus vientos en 315 km/h (195 mph) considerándolo, extraoficialmente, como el más intenso jamás observado en términos de velocidad del viento.

La niña Althea todavía estaba viva el día sábado 9 de noviembre porque sus padres se turnaban para administrarle ventilación con presión positiva y oxígeno con un AMBU desde que nació. "Si se detienen, la bebé va a morir", dijo Amie Sia, una enfermera del Hospital Visayas Oriental Regional Medical Center, en la ciudad de Tacloban, que trabaja sin electricidad y con poco personal o suministros médicos. "Ella no puede respirar sin ellos. Ella no puede respirar por sí misma ", dijo Sia. "La única señal de vida que esta niña muestra es el latido de su corazón".

Más de una semana después que el tifón Haiyan aniquilara una vasta franja de Filipinas, matando a miles de personas, las secuelas de la tormenta seguían reclamando víctimas -y Althea podía ser la próxima.

El 8 de noviembre de 2013 el tifón destruyó la planta baja del edificio hospitalario de dos pisos que se inundó y cuya Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales (UCIN) quedó cubierta de barro. La maquinaria de salvamento consiguió rescatar una única incubadora sucia con la mezcla de agua y barro. A medida que la tormenta golpeaba, el personal llevó a 20 bebés desde la UCIN a la pequeña capilla que se ve en la foto de arriba, colocándolos de tres a cuatro por canasto.

Todos los bebés sobrevivieron a la tormenta misma. Pero seis niños murieron después "porque nos falta equipo médico vital que fue destruido", dijo el médico a cargo, el Dr. Leslie Rosario.

Althea nació justo cuando el tifón destrozaba la casa de su familia, pesó 5,84 libras, pero era incapaz de respirar por si sola. Cuando fue trasladada de urgencia al hospital, los médicos le practicaron Resucitación Cardio Pulmonar (RCP) y, desde entonces, sus padres la han estado ventilando manualmente. Los médicos dijeron que la tormenta no había sido un factor en sus problemas, ya que no nació prematura y señalaron que el control prenatal insuficiente muy probablemente complicó el embarazo de la madre de 18 años de edad. Aun así, existía una buena oportunidad de salvar a Althea si el hospital hubiese tenido electricidad para hacer funcionar un ventilador mecánico, la incubadora y otros equipos.

Hasta el sábado 9 de noviembre, la improvisada sala en la capilla no tenía luz, excepto la proveniente de las velas. Ese día, una pequeña bombilla fluorescente unida a un generador diésel fue colgada en medio de la sala donde unos paquetes de pañales se amontonaban en el altar, debajo de una imagen de Jesús. En el suelo se podían ver unas cuantas cajas de los únicos suministros médicos: agua para líquidos intravenosos, jeringas y un puñado de antibióticos.

El hospital también carecía de mano de obra. En la clínica neonatal sólo 3 de cada 16 funcionarios seguían trabajando, dijo Rosario. El resto nunca se reportó después de la tormenta. El Departamento de Salud de Filipinas envió dos enfermeras de Manila para ayudar.

Las ventanas de la capilla del hospital estaban totalmente destrozadas y pronto la sala se llenó con 24 bebés -cinco en estado crítico, el resto con fiebre u otras dolencias. Muchos eran prematuros. Sus madres también estaban ahí, apoyadas en 28 filas de bancos de madera. Tres de ellas sostenían los fluidos intravenosos. Nanette Salutan (de 40 años) era una de ellas. Dijo que sus contracciones de parto empezaron justo cuando los vientos comenzaron a aullar. Después de la tormenta, salió de su casa y caminó hasta el hospital con su esposo, un recorrido de unas ocho horas entre escombros y con agua putrefacta hasta la altura de la cintura. "Todo lo que podía pensar era que quería que mi bebé sobreviviese", dijo. Su hijo, Bernard, nació esa noche -a las 2:13 am, pesó 5,73 libras pero no lloró. Él no estaba respirando. Los médicos le realizaron RCP y pusieron tubos con oxígeno en su nariz. El bebé estaba todavía tan débil que tenía que ser alimentado por una jeringa conectada a un tubo pegado a su boca.

Rosario dijo que Bernard tenía una decente posibilidad de sobrevivir. Pero el pronóstico de Althea, en cambio, no era bueno. En un momento espeluznante para todos los presentes, su cuerpo se volvió azul y su respiración se hizo más trabajosa. Los médicos se apresuraron a conectarle una aguja intravenosa en el remanente de su cordón umbilical -el de la muñeca había estado allí demasiado tiempo para ser eficaz, dijeron. Poco a poco, la vida parecía fluir de nuevo en su pequeño cuerpo. "Si tuviéramos un ventilador, es posible que ella pudiese vivir", dijo Sia. "Pero en este momento ella está muy enferma y no creo que lo pueda hacer".

Mientras hablaba, la madre de Althea, Genia Mae Mustacisa, se inclinó sobre su bebé, le acarició la frente y la besó. Metódicamente, ella apretó la bolsa del AMBU de goma verde unida al tanque de oxígeno lentamente, una y otra vez, cada pocos segundos, al igual que su marido lo había hecho durante media hora antes. "Está bien", susurró ella, las lágrimas corrían por sus mejillas. "Te quiero tanto. Pase lo que pase, te quiero tanto".

No hay comentarios:

Publicar un comentario