Foto tomada de: http://artofsavingalife.com/artists/han-feng/
Por Pablo Linde
Algunas personas, entre las que
hay una minoría de médicos, cuestionan uno de los mayores avances de la salud
mundial. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué consecuencias puede tener?
En este mundo extraño conviven
quienes piensan que Elvis sigue vivo, los que niegan que el hombre pisase la
Luna y los que creen que el ser humano y los dinosaurios coexistieron. También
están los antivacunas. A diferencia de los anteriores, estos últimos pueden
convertirse en un peligro para la salud pública.
Las vacunas son probablemente el
mayor avance contra las enfermedades en la historia de la humanidad. No es una
opinión, es lo que asegura la grandísima mayoría de la comunidad científica a
la luz de la evidencia de los datos. La OMS estima que evitan entre dos y tres
millones de muertes cada año. Sin embargo, al no llegar a todo el mundo, dos
millones de personas fallecen anualmente por patologías prevenibles. La
poliomielitis, un mal que ocasiona terribles secuelas, está cerca de su
erradicación gracias a la inmunización, que también ha logrado rebajar la
mortalidad del sarampión en un 74% en solo una década (de 2000 a 2010). Esta
enfermedad, que puede ir camino de su completa desaparición por medio de las
vacunas, como sucedió con la viruela, está reapareciendo en algunos países
ricos donde estaba prácticamente suprimida. En estos mismos lugares, la
difteria, una dolencia causada por una bacteria que se caracteriza por la
inflamación de las vías respiratorias, es una anécdota, cuando no inexistente.
En España, en 1941 se registraron 1.000 casos por cada 100.000 habitantes. En
1945 se inició una campaña de vacunación que fue haciendo desaparecer la
dolencia hasta 1987, fecha en la que se registró el último caso. Hasta la
semana pasada, cuando se detectó la bacteria en un niño no vacunado en Olot.
En España, como en casi todo el
mundo, la inmunización no es obligatoria. Puede rechazarse por motivos de
conciencia, por simple ignorancia o por creencias, como sucedió con el menor de
Olot, que se encuentra grave. Sus padres son contrarios a las vacunas y partidarios
de las medicinas alternativas, según fuentes de la localidad.
A la vista de la efectividad de
las vacunas y de lo que puede suponer rechazarlas, la pregunta es: ¿Qué lleva a
unos padres a poner en peligro la vida de sus hijos innecesariamente? ¿Cuáles
son estos motivos de conciencia o ideológicos que se anteponen a la salud y al
avance científico? El pediatra Carlos González, autor del libro En defensa de las vacunas (Temas de hoy,
2011), explica que a medida que la enfermedad va desapareciendo y la población
la olvida (los más jóvenes ni siquiera han visto sus consecuencias), el miedo a
la dolencia se convierte en temor a los efectos secundarios de las vacunas, que
aunque pueden existir, son escasos y, en la grandísima mayoría de los casos,
leves. “Estos miedos están alimentados por falsas creencias de los padres.
Generalmente, quienes deciden no vacunar a sus hijos están muy informados: han
leído libros y visitado decenas de páginas de internet, pero están muy mal
informados”, explica.
Y aquí entran en juego los
antivacunas. Mientras organizaciones internacionales recaudan miles de millones
de euros cada año para llevar las vacunas allí donde no pueden permitírselas,
en los lugares donde sobra el dinero para ellas hay un movimiento que las
rechaza. Como apunta J. M. Mulet en su libro Medicina sin engaños (Destino, 2015), “en algunos barrios de
California la tasa de vacunación está al nivel de Sudán del Sur”. Los
antivacunas inundan Internet con falacias y mitos que exageran sus efectos
secundarios, falsean los datos para minimizar la efectividad de la
inmunización, meten el miedo en nombre de “lo natural” frente a “lo químico”,
esbozan teorías conspirativas de las farmacéuticas y los Gobiernos y aprovechan
los errores y las negligencias que han existido en la historia de los
tratamientos como ejemplos para apoyarlas. Todos estos argumentos están
detalladamente refutados por González en su libro.
Ante este panorama, quienes beben
únicamente de las fuentes equivocadas tienen un total convencimiento de que las
vacunas son negativas y que ponen en peligro a sus hijos. A otros simplemente
les llega el runrún de que algo malo esconden las inyecciones y deciden evitar
ese supuesto mal trago al niño aprovechando la inmunidad colectiva, ya que si
la grandísima mayoría de la población está vacunada, los virus o las bacterias
que causan las enfermedades no tienen dónde propagarse. Esta postura resulta
especialmente irritante para algunos médicos, como la doctora Jennifer Raff,
que escribió en el Huffington Post: “Este es uno de los argumentos más
deleznables que he oído nunca. Para empezar, las vacunas no siempre son cien
por cien efectivas, por lo que es posible que un niño vacunado se contagie si
está expuesto a la enfermedad. Peor aún, hay algunas personas que no pueden
vacunarse porque son inmunodeficientes, o porque son alérgicas a algún
componente. Esa gente depende de la inmunidad colectiva para su protección.
Quienes deciden no vacunar a sus hijos frente a enfermedades infecciosas no
solo están arriesgando la salud de sus hijos, sino también la de otros niños”.
La siguiente pregunta
probablemente sería: ¿qué ganan los antivacunas propagando esta desinformación?
Algunos, dinero. Independientemente de que crean más o menos sinceramente lo
que dicen, existe un negocio en torno al miedo antivacunas, aunque para otros
sean creencias sin ánimo de lucro. La figura mundial más destacada del
movimiento es el médico británico Andrew Wakelfield, que en 1998 publicó en la
prestigiosa revista The Lancet un estudio que aseguraba que la triple vírica
contra el sarampión, las paperas y la rubeola causaba autismo. Como detalla el
periodista Luis Alfonso Gámez en su blog Magonia, “el objetivo último de
Wakefield era desacreditar la triple vírica para hacerse millonario con vacunas
alternativas”. El estudio se demostró fraudulento, Wakefield fue expulsado del
Colegio de Médicos del Reino Unido y la revista retiró el artículo. Pero esto
no impidió que el supuesto informe impulsase el movimiento antivacunación en
todo el mundo y que todavía hoy se oiga a quien relaciona los trastornos
autistas con las vacunas, a pesar de que cada vez más concluyentes investigaciones
rechazan esta asociación.
En España, antes de publicarse
este pseudoestudio de Wakefield ya existía la Liga para la Libertad de la Vacunación,
un movimiento naturalista que más que la libertad promulga la antiinmunización.
Lo encabeza el médico Xavier Uriarte, que en 2003 publicó Los peligros de las vacunas (Ática Salud). Él, junto a su colega
Juan Manuel Marín Olmos, autor de Vacunaciones
sistemáticas en cuestión (Editorial Icaria, 2004), son seguramente dos de
las cabezas visibles más significadas del movimiento antivacunas en el país,
aunque a ellos mismos no les gusta este calificativo. Ambos rechazaron explicar
a este periódico sus teorías sobre las vacunas y se remitieron a sus libros.
Para hacerse una idea de su
contenido, este es uno de los párrafos del de Uriarte: “Ante cualquiera de las
enfermedades, tanto eruptivas […] como no eruptivas —difteria, tos ferina,
polio, gripe y hepatitis— la actitud más adecuada es dejar transcurrir el
proceso natural de la enfermedad”. En el caso de la difteria, por ejemplo, la
mortalidad era antiguamente de entre el 30% y el 50%. Con fármacos adecuados se
reduce al 5% y es por eso que en el brote de Olot, lo primero que se ha hecho
es solicitar con urgencia un tratamiento con la antitoxina para la difteria,
que ha llegado en avión desde Rusia tras varios días de alerta. Nada más lejos
de los consejos de Uriarte.
Quien sí dio explicaciones sobre
su posición fue Miguel Jara, periodista y socio de un bufete de abogados
especializados en pleitear por daños atribuidos a medicamentos que más recientemente
ha lanzado su libro Vacunas, las justas
(Península, 2015): “Yo no soy antivacunas, soy crítico y me parece digna de
escuchar cualquier opinión razonada. No soy médico y los cito a ellos en mi
libro: parece ser que las más antiguas y consolidadas son las más necesarias y
hay otras que se han introducido más recientemente que lo son menos y pueden
presentar más problemas. Pero no estoy ni en contra ni a favor de las
inmunizaciones, abogo por que la gente elija”.
Lo cierto es que la gente ya
puede elegir. El problema es que si hay muchos que se decantan por no vacunar,
la inmunización de grupo desciende y pueden surgir epidemias. Por eso, hay
Gobiernos como el australiano, que están optando por quitar beneficios sociales
a aquellas familias que opten por la no vacunación. En algunos Estados de EE UU
no se permite escolarizar a los niños si no están inmunizados para evitar
brotes infecciosos en los centros educativos, algo que ha sucedido con el
sarampión, por ejemplo, en centros alternativos que promulgan una visión
supuestamente natural de la medicina.
El doctor Carlos González es muy
crítico con las posiciones tibias con respecto a las vacunas, ya que según
explica, las que se aplican tienen una seguridad y efectividad contrastada. “El
consenso es el calendario de vacunaciones del Ministerio de Sanidad. En todos
los países son muy similares, aunque no exactamente iguales. Puede variar según
la incidencia de unas y otras enfermedades. En otras ocasiones existen pequeñas
discrepancias: si hace falta ponérsela a toda la población o no, depende de los
riesgos de vacuna, lo que cuesta y lo que hace. Esa valoración puede ser
distinta en cada país”.
El debate sobre si vacunar o no
es claramente un problema del primer mundo. En los países en desarrollo no se
pueden permitir ese lujo; la duda no es si aplicar o no las inmunizaciones,
sino cómo hacerlo al mayor número de personas posibles para evitar muertes.
Muchos cooperantes incluso han dado su vida en el intento, ya que el
fundamentalismo islamista en Nigeria y Pakistán ha promovido una cruzada
terrorista contra los sanitarios que tratan de erradicar la polio en estos
países, lo que supondría otro hito en la historia de la humanidad: suprimir
otra enfermedad de la faz de la tierra. Gracias otra vez, a las vacunas.
Un movimiento con poca fuerza en las redes sociales
El movimiento antivacunas, aunque
potencialmente dañino, es muy minoritario, sobre todo en España con respecto a
los países anglosajones. Lo demuestran las tasas de vacunación y la desaparición
de enfermedades, por mucho que haya modas que pongan en peligro esta tendencia.
Esto también se refleja en Internet. Un estudio realizado por el Instituto de
Ingeniería del Conocimiento (IIC) de la Universidad Autónoma de Madrid para EL
PAÍS analizó durante 20 días de abril y mayo los comentarios que se hacían en
diversas redes sociales sobre las inmunizaciones. Las conclusiones tras
monitorizar 5.237 mensajes fueron claras: “Los resultados revelan que lo que
existe en las redes sociales es más bien un movimiento provacunas que trata de
convencer a los antivacunas. Se basa en la difusión masiva de estudios y
resultados científicos que descartan la relación entre las vacunas y las
enfermedades y que promocionan su carácter positivo y necesario para la salud”.
El estudio está hecho sobre contenidos en español con Lynguo, una herramienta
inteligente de monitorización de medios sociales desarrollada por el IIC que
escucha la conversación de las redes sociales (Twitter, Facebook, Instagram,
blogs, foros, etc.) y proporciona una valoración sobre las opiniones y
emociones de los usuarios sobre un tema, marca o producto.
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